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Mientras que la Francesa aventurera hace conocer su artificio y esconde bajo la gorra su cabeza de cabellos pobres, la Española ostenta con garbo su rica mantilla, bate con maestría singular el inolvidable abanico, marcha con gracia y donaire pero sin esforzarse en la coqueteria, y arrebata con su tez suavemente morena, sus grandes y negros ojos, su rica dentadura y su ampulosa cabellera recogida en un elegante peinado ó en hermosas trenzas.

Porque, aunque parezca maravilloso, increíble, D. Laureano tenía cerca de sesenta años. Nadie le supondría más de cuarenta y cuatro o cuarenta y seis. Era un hombre alto, esbelto, de cabellos negros y rizados donde sólo se advertía tal cual hebra plateada, la tez fresca y sonrosada, el pequeño bigote retorcido hacia arriba, la dentadura perfectamente conservada.

Con la cara tiznada de kohol y siwak, dice Al-Makkarí, palabras que el traductor y comentador interpreta polvos dentríficos, añadiendo en una nota que el siwak puede significar así un específico cualquiera para limpiar la dentadura, como el palo que usaban los Arabes al efecto en vez de cepillo.

El perro indignado ante aquel recibimiento tan poco hospitalario, gruñó sordamente, enseñándole al mismo tiempo su robusta dentadura y su encendida boca. ¿Estará rabioso? se preguntó el hombre. Y dándose él mismo una respuesta afirmativa, le arrojó el palo con fuerza y entró en la casa gritando: ¡Un perro rabioso!... ¡Mi escopeta, mi escopeta!

Era delicado, con las manos finas, la piel lustrosa, de un moreno pálido, los ojos grandes y dulces, tal vez en demasía para un hombre, y una dentadura igual y nítida, sin esa agudeza saliente que revela el instinto de la presa. El bigote, ensortijado con cierta arrogancia, era la única herencia física de sus belicosos antecesores.

Sesenta y cuatro... sesenta y tres; ya no faltaban más que sesenta y tres kilómetros para llegar a Buenos Aires. ¡Bestia de ! Siempre se llega demasiado pronto. ¡Para lo que se encuentra al final!... Y una sonrisa de cansancio dejaba al descubierto su dentadura con engastes de oro. Ernestina expuso sus ilusiones, acompañándolas con un gesto de humildad. Ella era artista y ansiaba la gloria.

Los pómulos saltaban ahora, y los labios, siempre gruesos, pretendían ocultar una dentadura del todo cariada. , estoy muy envejecida... y enferma; he tenido ya ataques a los riñones... y usted añadió mirándolo con ternura ¡siempre igual! Verdad es que no tiene treinta años aún... Lidia también está igual. Nébel levantó los ojos: ¿Soltera?

Espérese, que se me está ocurriendo darle el dinero». Rosalía se sentó, y alegrósele el alma con estas palabras. Aquel diablillo que tenía delante y que le hacía mil muecas indecentes, tornose humano y aun agradable. «Son las dos y cuarto» suspiró la de Bringas sin poder dejar de sonreír, y encontrando una gracia particular en la boca grande y en la dentadura mellada de Refugio.

Probablemente se lo ha enviado el carcamal de mi maridoAl oír el repique en la puerta, hizo un ademán a los otros para que no se movieran, y salió ella a abrir. ¿Quién es? Felicita respondió el camarero. La voz con el nombre llegó a oídos de Novillo. Le acometió un temblor intenso. Con movimientos torpes e inútiles tendía las manos hacia el peluquín y la dentadura postiza.

Febrer iba a separarse de la puerta, cuando vio surgir entre los grupos de tamariscos de la pendiente un muchacho que, luego de mirar a un lado y a otro para convencerse de que no era observado, corrió hacia él. Era el Capellanet. Subió a saltos la escalera de la torre, y al verse ante Febrer rompió a reír, mostrando el marfil de su dentadura rodeada de rosa obscuro.