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Veo, además, que habéis pecado tanto por el dinero, que desde ahora, sin que os confeséis, puedo deciros... ¡Qué! ¡señor! Que si no reparáis el mal que habéis hecho, os condenáis. Estremecióse todo Montiño. ¡Que me condeno! exclamó. Irremisiblemente. ¿Y qué he de hacer, qué he de hacer, padre? Fray Luis miró profundamente al cocinero mayor.

Algunos de éstos, los más próximos a la puerta, se salieron; las mujeres se sentaron; en la sacristía, el escribano también se sentó en un banco, sacó el bote de plata con tabaco y se puso a liar un cigarro: no tardaron en acompañarle algunos otros. Andrés, el maestro y D. Jaime permanecieron en la puerta. «Tengo que deciros una cosa comenzó el cura en el tono más cavernoso que pudo adoptar.

Montiño no pudo comprender el verdadero sentido de la exclamación del padre Aliaga: si era una amenaza para él, ó un deseo íntimo del fraile. ¿Conque decís dijo al fin que yo debo seguir en mi oficio de espía y de corredor para ciertos asuntos del duque de Lerma? . ¿Debo, pues, llevar este collar á doña Ana de Acuña? Indudablemente. ¿Y después debo deciros lo que me haya dicho esa dama? .

Que aunque mucho me decía, Hallo agora más en vos, Y es grande engaño, por Dios. JARIFA. ¡Qué estremada cortesía! Antes, si él os engañó Con deciros bien de , Vengo a estar corrida aquí. NARV. El que lo ha de ser soy yo; Que si tal huésped creyera Que mi pobre casa honrara, De otra suerte la ensanchara Para que mejor cupiera.

Pero no quiere engañaros 2065 Ni olvidarse de quereros: Visitaros y ofenderos Es fuerza para serviros. Esto me manda deciros: Mirad si le dais licencia; 2070 Que le cuesta vuestra ausencia Cuantos instantes, suspiros. DO

»Y así, llamándonos un día a todos tres a solas en un aposento, nos dijo unas razones semejantes a las que ahora diré: ''Hijos, para deciros que os quiero bien, basta saber y decir que sois mis hijos; y, para entender que os quiero mal, basta saber que no me voy a la mano en lo que toca a conservar vuestra hacienda.

Si queréis informaros mejor, decidme dónde podremos vernos, pero entre tanto asegurad, os lo ruego, á esas dos personas, y haced de modo que no puedan hablar con nadie. Es cuanto tengo que deciros. Vuestra humilde servidora, doña Clara Soldevilla

No la había olvidado un solo momento: vivía dentro de , no podré deciros cómo; era una idea vaga, íntima, que se había asimilado a mi manera de ser, a la que me había acostumbrado, que me acompañaba siempre, que vivía conmigo.

¿Pero estáis loco?... tengo que deciros graves cosas... ¿no me conocéis, tío? ¡La reina!... ¡la reina!... ¡dejadme, don Francisco!... ¡aquel paje!... ¡es el amante de la Inés!... ¡el pañuelo encarnado está en la ventana!... ¡Ah! exclamó Quevedo con una expresión terrible por su horror ¡un paje!... ¡un plato!... ¡el pañuelo!... Y soltó al bufón, que se lanzó á la puerta de la antecámara.

Conocí a López en casa de D. Felicísimo, y allí supe su extravío. Pues bien, aquí vengo hoy con el mismo fin que me trajo la semana pasada; vengo a deciros: «Casaos, casaos, casaos, que estáis perdiendo vuestras almas y dando mal ejemplo». Soy misionero de Cristo, apóstol de gentiles, y veo que no es preciso ir al Asia ni al África para encontrar salvajes.