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Dunstan estaba ya decidido a este respecto, y en el momento en que vio brillar la luz a través de las rendijas de los postigos de Marner, la idea de tener una conversación con el tejedor se le había vuelto tan familiar, que le pareció lo más natural abordarlo en seguida.

La cara de militar adulterado no expresaba más que un interés decidido por la familia. Al fin Torquemada, que no gustaba de perder el tiempo, dijo a su amiga: «Vamos, doña Lupe, que hoy estamos de buena. ¿A que no me acierta usted la peripecia que le traigo?». La fisonomía de la señora se iluminó, pues sabía que su amigo llamaba peripecia a toda cobranza inesperada.

Si esta tarde hallo un coche, esta tarde me voy. ¿Y confía usted sacar partido de su amistad con ese desollado masón?... ¡Pero qué amigos tiene usted!... Estoy asustado. Creo que podré conseguir algo. Pero ¿de veras va usted?... Ya está decidido. Yo soy así afirmó el caballero dando algunos paseos de un ángulo a otro en la polvorosa estancia. ¿Quiere usted cartas de recomendación?

La niña fue, pues, bautizada, habiendo decidido el pastor que un doble bautismo era el riesgo menos grande que se podía correr. Con este motivo, Silas, después de vestirse lo más limpio y elegante que pudo, apareció por primera vez en la iglesia y tomó parte en las prácticas que sus vecinos consideraban como sagradas.

Es tarde y no quiero privarlo de comer, a pesar del gran placer que tengo en oírlo... ¡Adiós! ¡No! diga usted: hasta la vista y hasta muy pronto; si no, no me voy... estoy decidido, y la noche me encontrará de centinela delante de su puerta... La joven se sonrió, y conciliante: Hasta muy pronto, pues dijo.

Casi se había decidido a renunciar a su amistad. Pero Fernando la interrumpió: Todo ha terminado: se lo juro... ¡Terminado para siempre! Yo no tengo en el buque otra amiga que usted. Y lo decía de todo corazón, contento de estar al lado de Mina, satisfecho de la ternura con que ella le contemplaba.

No era menester ser un lince para comprender que doña Inés, cuando consentía que hubiese otra dama en su tertulia, y aun gustaba de ello, era porque había decidido y decretado casarla con su padre, don Paco.

La escuadra española no debía salir de Cádiz, cediendo a las genialidades y al egoísmo de M. Villeneuve. Aquí se ha contado que Gravina opinó, como sus compañeros, que no debían salir. Pero Villeneuve, que estaba decidido a ello, por hacer una hombrada que le reconciliase con su amo, trató de herir el amor propio de los nuestros.

No he querido hacerlo en Madrid o en Sevilla, donde estuve destinado, porque desconfío de las mujeres que no conozco de muy atrás. Los hombres deben casarse en su patria con las jóvenes que han visto crecer a su lado. Decidido a casarme con una chica de la población, me he fijado en tu cuñada, y voy a decirte con toda sinceridad mis pensamientos.

Candiyú sacudió la cabeza, sonriendo al aparato y a su maquinista, alternativamente: ¡Mucha plata! No tengo. ¿Usted qué tiene, entonces? El hombre se sonrió de nuevo, sin responder. ¿Dónde usted vive? prosiguió míster Hall, evidentemente decidido a desprenderse de su gramófono. En el puerto. ¡Ah! yo conozco usted... ¿Usted llama Candiyú? Así es. ¿Y usted pesca vigas?