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4 El Fénix de España, San Francisco de Borja, de un ingenio de esta corte. 5 El cielo por los cabellos, Santa Inés, de tres ingenios. 6 El emperador fingido, de Gabriel Bocángel y Unzueta. 7 La dicha es la diligencia, de D. Tomás Ossorio. 8 Fiesta de zarzuela llamada Cuál es lo más en amor, ¿el desprecio ó el favor? de Salvador de la Cueva.

La primera, haber conocido a vuestra merced, que lo tengo a gran felicidad. La segunda, haber sabido lo que se encierra en esta cueva de Montesinos, con las mutaciones de Guadiana y de las lagunas de Ruidera, que me servirán para el Ovidio español que traigo entre manos.

No hace aun veinte años el río pasaba casi besando la entrada misma de la cueva, pero poco á poco se va retirando de ella como se va olvidando su memoria entre los indios. ¡Bonita leyenda! dijo Ben Zayb, voy á escribir un artículo. ¡Es sentimental!

Su cara mostrò Febo muy cubierta Aquì, cuando se entraba en occidente: La noche obscurecida como puerta De muy profunda cueva no hay gente. Neptuno muy sañoso se despierta, Y

No creáis solía decir a los condiscípulos . Parece que no, pero Shanti es muy valiente. Muchas veces, después de tantos años, suelo soñar que voy en el Cachalote por la entrada de la cueva del Izarra y que no encuentro sitio donde atracar, y tal espanto me produce la idea, que me despierto estremecido y bañado en sudor.

Pero no importaba; se seguía suspirando, y muchos de aquellos silencios prolongados que solemnizaban la ya imponente oscuridad de la tienda con aspecto de cueva; muchos de aquellos silencios que tanto agradaban a Reyes, estaban consagrados a los recuerdos del año cuarenta y tantos.

Más adelante al licenciado Velasco de la Cueva. Por último llegaron á casa de D. Marcelino. La tienda estaba ya iluminada. ¿No ve usted qué amigos son de la claridad en mi casa? exclamó el tendero en tono que no expresaba ninguna satisfacción. ¿Quiere usted pasar, D. Octavio? No tardará la gente en llegar. Con mucho gusto. Pase usted, D. Marcelino. Pase usted, D. Octavio.

Lo que hizo Chorcos enseguida con su irreflexión de siempre; llamar a Canelo y meterse con él en la cueva desalojada por la osa. ¡Puches! había que acabar igualmente con las crías... y saber lo que había sido de la perruca, que ni salía ni «agullaba...» Bueno estaba de entender el caso; pero había que verlo, ¡puches!

Parece, sin embargo, que su nombre quedó después prontamente obscurecido por los de los nuevos dramáticos. Es de presumir que aconteciera lo mismo con Joaquín Romero de Cepeda , con Berrio y Francisco de la Cueva, de quienes tratamos ya en el período anterior de la historia del teatro español.

167 Entro y salgo del peligro sin que me espante el estrago, no aflojo al primer amago ni jamás fi gaucho lerdo: soy pa rumbiar como el cerdo, y pronto caí a mi pago. 168 Volvía al cabo de tres años de tanto sufrir al ñudo resertor, pobre y desnudo, a procurar suerte nueva; y lo mesmo que el peludo enderecé pa mi cueva.