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La verdad es que ella es una cursi destemplada.... Pero vamos a cuentas, Periquín: ¿no me dijiste que se quedó muy triste, y toda turulata, cuando él se fue y entró Miranda después? Pero ponte en el caso, ponte en el caso.... Miranda parecía la estampa de la herejía.... No, no quisiera verme en el caso exclamó Pilar riendo a carcajadas.

Algo atisbó, sin embargo, que vino a despertarle la sospecha de que el tal proyecto de tratado secreto no era precisamente con el Gobierno alemán, sino con la repostería de Lhardy, poderosa potencia gastronómica de la Carrera de San Jerónimo: entre los peludos dedos del diplomático asomaba por una esquinita la viñeta de las cuentas del célebre Emilio.

Lo elegante no le quitaba lo ordinario, aquel no qué de pueblo, cierta timidez que se combina no cómo con el descaro, la conciencia de valer muy poco, pero muy poco, moral e intelectualmente, unida a la seguridad de esclavizar... ¡ah, bribonas!, a los que valemos más que ellas... digo, no me atrevo a afirmar que valgamos más, como no sea por la forma... En resumidas cuentas, chico, está que ahuma.

Había oído don Manuel que donde hay varias hermanas, lo difícil es deshacerse de la primera, y después las otras se desprenden de suyo, como las cuentas de una sarta tras la más próxima al cabo del hilo. Colocada Rita, lo demás era tortas y pan pintado.

Al verlas se inmutó visiblemente, se puso colorado hasta las orejas y vaciló en dar la vuelta ó quedarse. Al fin se quedó y pronunció las buenas tardes. En aquel momento llegaba el barquero. Flora sintió que la cólera le subía á la garganta y dijo en voz baja á su amiga: Voy á hablar á este mequetrefe... Verás cómo le ajusto las cuentas.

Yo soy indulgente, soy hombre, en una palabra, y que decir humanidad es lo mismo que decir debilidad... Pues vienes y me lo cuentas a , en mis barbas; nada de tapujos... ¿Creerás que voy a venir con un revólver para pegarte un tirito y pegarme yo otro?... ¡Valiente asno sería si lo hiciera! No.

Odiaba las cifras y las cuentas y procuraba despachar las que le estaban encomendadas en el menor tiempo posible y por el procedimiento más breve. En cambio era apasionadísimo de los trabajos del campo, de la caza, de los caballos y de los toros. Le costaba mucho trabajo estarse quieto, sobre todo en casa.

Ruperto, llegó por fin al último y poniendo su espada entre los dientes se deslizó en el agua sin hacer el menor ruido. Tratándose sólo de exponer mi vida, le hubiera salido al encuentro sin vacilación alguna; con verdadero placer hubiera saldado allí nuestras cuentas, cara a cara y espada en mano, sin testigos, en la soledad de aquella hermosa noche. Pero ¿qué sería entonces del Rey?

No sólo se había concluido el dinero, sino que se debía a todo el mundo; y el panadero, la lechera y el de la tienda venían todos los días a dar tormento con su grosero pedir. Don José los recibía con bondadosa sonrisa, les enseñaba los libros de cuentas por el forro, y les decía: «No hay cuidado, señores; estamos esperando fondos, y ya no pueden tardar».

Tambien el cura quería un par de pendientes de señora y encargaba al Capitan se los comprase. Los quiero de mabuti. ¡Ya arreglaremos cuentas! No tenga usted cuidado, Padre Cura, decía el buen hombre que tambien quería estar en paz con la iglesia. Un informe malo del cura podía causarle mucho perjuicio y hacerle gastar el doble: aquellos pendientes eran regalos forzados.