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El desgraciado anciano, que fiaba en su sobrina hermosa la dicha de los breves días que le quedaban sobre la tierra, no acertaba a vivir sin ella ni un solo instante. Arrastrado más que no convencido por las furias de Muley, ya se arrepentía de haber dado por su culpa razón a María para creerse arrebatada de España.

Habían estado tan dignas, tan severas, tan naturales, tan sin espantos o alharacas de hembra vulgar que es honrada o presume de serlo, como si hubieran sido dos duquesas o princesas que hubieran tenido el capricho de salir de noche a recorrer las calles y se hubiesen visto perseguidas, durante algunos minutos, por un lacayo mal criado y bastante vano para creerse seductor.

En el viaje que hicieron desde Valencia a Lancia, la esposa se mostró tan fría, tan circunspecta y tan cortés al mismo tiempo, que D. Pedro no osó reclamar ninguno de sus derechos. En Lancia, ya sabemos por la voz pública, digna de creerse en este caso, lo que pasó. La negativa persistente, los desprecios infinitos con que le regaló por mucho tiempo, lejos de enfriarle, encendieron más su pasión.

Tan lentamente salían de la obscuridad los perfiles de estos objetos, que mi propia imaginación podía creerse autora de aquel espectáculo. El día iba descendiendo, y la iglesia se obscurecía por grados; pero una de las Madres, tirando de unas cuerdas, descorrió la cortina negra de la alta ventana del coro, y entonces entró la luz crepuscular, dando a todo su verdadera forma.

Una supersticion religiosa los hácia creerse hijos del rio, del bosque ó del lago inmediatos al lugar donde habian nacido; por cuya razon consideraban á este como sagrado, y jamas se apartaban de él, viviendo siempre reunidos en grandes familias, y ocupándose activamente ya en la agricultura, ya en la pesca ó la caza.

Por el contrario, la certidumbre de que el Príncipe pertenecía a otra, debía haberla servido en cierto modo para creerse libre, no obstante la seriedad del compromiso que había contraído con su conciencia: no era improbable que se hubiese dicho que los más la disculparían si recogía su palabra.

»Si es cierto que nuestros sentimientos viven uno por uno y si nosotros mismos negamos los que ya han muerto, el sentimiento que está vivo tiene necesidad de creerse eterno. Aquí está el error. La felicidad que yo sentía hace días me parecía indestructible. Hoy no está destruida, pero turbada...

Ferpierre opinaba que si la narradora no hubiera sido feliz, si hubiera visto que se había engañado al casarse con el Conde d'Arda, lo habría confesado sincera, completamente; pero ya una vez había reconocido que sentía algo que no podía escribir, y sin duda no habría declarado redondamente su engaño, pudiendo creerse también que, en vez de velarlo habría preferido no escribir nada: el silencio habría sido entonces más elocuente.

Sonrió éste levemente. También quería ser rico, y su deseo imperioso le había desarraigado del viejo mundo, lanzándolo en plena aventura, como los miserables que se aglomeraban en los sollados de la emigración. Necesitaba una gran fortuna para creerse feliz.

Existen casas que atraen y casas que repelen: en las unas parece que los habitantes deben estar colmados por todos los favores del cielo; en las otras podría creerse que han de caer todos los males de la humanidad sobre los que allí se alberguen.