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Algunos de estos documentos disfrutaban de una celebridad que están lejos de justificar: tales son los informes de y Farias, y Villarino sobre los puertos y establecimientos de la costa patagónica.

¡Impostora... bruja! grita al oír estas palabras, descompuesta y febril, la mujer del Tuerto. ¿Yo borracha? ¿Cuántas veces me ha levantado usté del suelo, desolladora? Y aunque fuera verdá, á mi costa lo sería: á denguno le importa lo que yo hago en mi casa. Mi casta es mejor que la de usté, por todos cuatro costaos. Y yo en mi casa me estaba.

Entonces me dijeron que habiendo salido otra balandra a reconocer los restos del Rayo, y los de un navío francés que corrió igual suerte, me encontraron junto a Marcial, y pudieron salvarme la vida. Mi compañero de agonía estaba muerto. También supe que en la travesía del barco naufragado a la costa habían perecido algunos infelices.

Tomas Candish pasó bien el Estrecho Mas no tomó jamás en Chile puerto, Que piensa de hacer mejor su hecho Hallando algun navio sin concierto. Guiado de interes en su provecho, De la costa el camino lleva cierto Al puerto Arica, mal fortalecido; Y oid como la cosa ha sucedido.

Febrer fue a sentarse en el borde de un gran peñasco avanzado, de un fragmento de roca desprendida de la costa que se inclinaba peligrosamente sobre los escollos.

Era una canción al mismo tiempo alegre y melancólica, monótona y llena de variaciones. Pasamos por delante de Biarritz, con sus rocas, y comenzamos a avanzar por delante de esa línea de dunas blancas que forma la costa vasco-francesa hasta llegar al promontorio pizarroso de Socoa. Larrun apareció cortando el cielo, y más lejos, los montes de España.

Desde el abandono de Zamboanga disminuyó grandemente la importancia de los pueblos cristianos, que á costa de tantos sacrificios habían conseguido formar los jesuitas, y ante la inminencia de perder el fruto de tan rudos trabajos y de tanta sangre que había ésto costado, la Compañía recurrió á la Corona, obteniendo Real Cédula, que ordenaba la ocupación del antiguo fuerte, á fin de poder atender á la reprensión de la piratería.

Esteven marchaba derecho a su objeto, imperturbable; despertada su codicia con el manejo de intereses, cuya tercera parte le correspondía, parecióle poco esto y quiso apoderarse de todo: muchas noches pasó en vela, con la visión de aquella fortuna que tenía en sus manos, y que estaba obligado a repartir; tonto sería él si desperdiciaba la ocasión de enriquecerse, de realizar su sueño dorado, tan a poca costa.

Un pueblo apreciable, en la costa más encantadora que se conoce, practica una extraña fiesta: reúnense allí quinientos ó seiscientos atunes para quitarles la vida á todos en un mismo día. En un vasto recinto de barcas, la larga red, la almadraba dividida en varios compartimientos, levantada por cabrestantes, hácelos llegar pausadamente y meter en el cuarto de la muerte.

Una noche tempestuosa su buque naufragó en el mar de Coral, junto a la costa australiana, y de los veinte hombres que componían la tripulación, sólo él y el viejo Van-Horn pudieron salvarse en un madero. No se desanimó por aquella desgracia, aunque fué para él un desastre.