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Los príncipes de Mónaco, feudatarios de Francia, vivían después en Versalles, haciendo oficio de cortesanos ó sirviendo en los ejércitos del rey. La Revolución los perseguía, como á todos los monarcas, guillotinando á una hermosa dama de la familia. Napoleón los había tenido como edecanes un su séquito militar, y la larga paz del siglo XIX les hacía volver á instalarse en su exiguo principado.

Verdad es que nos las habemos con libertinos, aventureras, parásitos, cortesanos y alcahuetas, que se nos ofrecen en situaciones no siempre decentes; pero Lope ha sabido dulcificar lo repugnante y duro de las mismas con arte singular, no perjudicando por esto á la verdad de sus descripciones, y trazando en sus cuadros bellos rasgos, de suerte, que la impresión total que en nosotros hacen, no tiene nada de repulsiva.

El buen paso, el regalo y el reposo, allá se inventó para los blandos cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y las armas sólo se inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes, de los cuales yo, aunque indigno, soy el menor de todos.

Profundamente irritado por esta dilación, que hería vivamente su orgullo español, el Duque, al salir del palacio real, entró para desayunarse en un café, donde se reunían gran número de señores a tomar chocolate y leer los papeles públicos. De pie, junto al brasero, había colocado un hombre que se quejaba en alta voz del ministro y de los cortesanos.

Aparte de esto, un hombre divertidísimo, a pesar de su cara fosca y su mirada dura. En la playa del Cabañal, la gente, reunida a la sombra de las barcas, reía recordando sus bromas. Una vez dio un convite a bordo al reyezuelo africano que le vendía los esclavos, y viendo borrachos a la negra majestad y sus cortesanos, hizo como el negrero de Merimée: desplegó velas y los vendió como esclavos.

Era el rey madrileño, el rey chispero, el de las corridas de toros y las patillas manolas: «¿Dónde vas Alfonso XII? ¿Dónde vas, triste de ticanta el coro infantil en el azul idilio de la tarde, mientras el rey galán, pálido y muriente, como un lis borbónico, que se marchita, se pierde por las avenidas, seguido de silenciosos cortesanos. El pueblo amaba al príncipe netamente español.

Dos días tardó en hacerse conceder una audiencia. El Caballerizo Mayor le condujo. El Rey se hallaba en la antecámara de su celda, y llenos estaban los vecinos corredores de gente togada, de frailes, de clérigos, de cortesanos. Todo un mundo vestido de ropas negras o pardas que se movía con actividad silenciosa y grave.

Para sostener el caprichoso lujo de Felipe IV y sus cortesanos, tuvo la América que contribuir con daño de su prosperidad. Hubo exceso de impuestos y gabelas, que el comercio de Lima se vió forzado a soportar. Data de entonces la decadencia de los minerales de Potosí y Huancavelica, a la vez que el descubrimiento de las vetas de Bombón y Caylloma.

En tanto que el Jarama y el Tajo desbordan por falta de canalizacion, los palacios de Aranjuez rebosan en maravillas de pintura y escultura, que han costado millones sin cuento. Miéntras que los cortesanos se alojan allí en suntuosas habitaciones, el pueblo español sufre las fiebres tercianas, ó se aloja en Villacañas en cuevas húmedas y desabrigadas, abiertas en las peñas.

Hastiada de los devaneos cortesanos, encontraba vivo atractivo en ser adorada de aquel modo frenético y mudo, en desempeñar el papel de diosa. Una mirada suya hacía empalidecer o enrojecer a aquel niño; una palabra le alegraba o le entristecía hasta la desesperación. Raimundo iba al Real todas las noches que le tocaba el turno a Clementina.