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Núñez no dio su brazo a torcer y replicó inclinándose correctamente: Cuando se tiene un marido tan amable y tan simpático como Elena, no sorprende esa conformidad. El vizconde de las Llanas y Enriqueta levantaron hacia él los ojos con curiosidad no exenta de malicia. Eso de la conformidad manifestó Rosita León aceptando una copa de champagne que le tendía la condesa es cosa complicada.

El general reunió en la taberna hasta treinta hombres mejor o peor armados, y echándoles una arenga, donde puso a los «césares y dictadores» por los pies de los caballos, se dispuso a salir con su «valerosa legión» a clavar «el puñal de Bruto en el corazón del tirano». Los chulos no entendieron bien, pero bebieron una copa y se echaron de nuevo a la calle.

Cuando la veía engalanada de este modo, no se sentaba, sino que se dejaba caer estupefacto en un sillón desvencijado: ella entonces se ponía de media anqueta en uno de los brazos del butacón, y alzando una copa de Champaña, que compró en el Rastro, brindaba con pardillo de la taberna cercana: luego paladeaban a medias los incendiados sorbos, y de fijo que no gozaron la mitad que ellos los más venturosos amantes de la historia.

Aparte se rehoga en aceite o manteca de vaca zanahoria y cebolla, se une a la langosta, poniendo todo en una cacerola con una copa de jerez, se tapa bien y se hace cocer; a la mitad de la cocción se agrega el caldo necesario para terminar de cocer. Cuando la langosta está cocida se pone en la fuente, sirviéndose con mayonesa, salsa verde o como más guste.

17 Y el séptimo ángel derramó su copa por el aire; y salió una gran voz del templo del cielo desde el trono, diciendo: Hecho es. 18 Entonces fueron hechos relámpagos y voces y truenos; y hubo un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande, cual no fue jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra.

Y además de la caridad, no qué más íntimo, más humano, más sensual. Comprendía que quedaba algún licor en la copa de su deseo. Era joven, había crecido entre privaciones, tenía el corazón virgen, y le había consagrado sin saberlo á dos mujeres. Don Juan había salido á la ventura. No sabía dónde ir.

En varias ocasiones se le vio de levita cerrada, sombrero de copa y almadreñas: gastaba larga melena, como un caballero del siglo diez y siete; vestía amenudo traje de terciopelo o pana con botas de montar; usaba botines cuando ya nadie se acordaba de ellos, y grandes cuellos de camisa vueltos sobre el chaleco, imitando la antigua valona.

4 Y el tercer ángel derramó su copa en los ríos, y en las fuentes de las aguas, y fueron vueltas en sangre. 5 Y al ángel de las aguas, que decía: Señor, eres justo, que eres y que eras el Santo, porque has juzgado estas cosas; 7 Y a otro del altar, que decía: Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos.

«¡Flor de almendro!...» Al oír la muchacha este nombre en boca del señor, el carmín de una expansión sanguínea ocultó momentáneamente la suave blancura de su tez... «¿Ya sabía don Jaime este nombre?... ¿Un señor como él se enteraba de tales tonterías?...» Febrer sólo vio ya la copa y las alas del sombrero de Margalida.

Del comedor llegaban hasta la sala trozos de brindis, risas, interrupciones, carcajadas... El nombre de Quiroga se oía varias veces repetido, mezclado con las palabras de consul, igualdad, derechos... El anfitrion que no comía platos europeos se había contentado con beber de cuando en cuando una copa con sus convidados, prometiendo cenar con los que no se habían sentado en la primera mesa.