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Después de este exordio tan lisonjeramente acogido, manifestó el orador que lo que urgía en aquel momento era «levantar el nivel intelectual de Sarrió». Después añadió que su propósito al convocar este meeting no había sido otro que levantar este nivel. Navarro arroja su sombrero de copa a la escena. Algunos otros espectadores siguen el ejemplo.

El aislamiento y el alcohol aceleraron el proceso de su agotamiento moral y cuando un resto de luz iluminaba su cerebro haciéndole mirar hacia atrás con vergüenza o hacia adelante con miedo se consolaba pidiendo un mate a Ramona o bebiendo otra copa de cognac para reír en seguida como un luchador que se conquista un triunfo.

No era verdad que me constase positivamente. La noticia me la había dado Joaquinita; pero lo dije así por cierto instinto dramático que todos los hombres tenemos, aun los más líricos. Villa no respondió palabra ni pareció inmutarse. Siguió inmóvil, con la vista fija en la copa. Sólo observé que se había puesto más pálido.

Y antes de que él se lo ofreciese, la joven princesa se lo tomó, tirando de él hacia el salón donde estaba el buffet. Nadina se bebió una gran copa de volka, prefiriendo este aguardiente popular al champaña que servían pródigamente los criados. Luego, sonriendo á su acompañante, lo llevó hasta el hueco de una ventana casi oculta por sus cortinajes. ¡Las heridas!... ¡Quiero ver las heridas!

¿Á que no sabes, Plutón dijo poniéndole familiarmente una mano sobre el hombro, por qué bebes tanto aguardiente? El minero, que se había sentado y acababa de vaciar una copa, miró á su compañero Joyana y ambos soltaron una grosera carcajada. Pues por hacerte un favor. Los tertulios rieron también.

Germina, se hace grande, conviértese en árbol, en un robusto cocotero. Donde hay un árbol no tarda en haber agua dulce, y despojos, y por lo tanto tierra; esto convida á otros árboles, y al poco tiempo vese levantar su copa á algunas palmeras.

Y se bebió de un golpe la copa que le ofrecía la tabernera. Desde el camino, un grupo de chicuelos que venía siguiéndole mirábalo a distancia, lanzándole insultos. ¡Coleta!... ¡Tío del gabán! ¡Borracho!

El cadete le dejó respetuosamente la acera. Mozo, una copa... ¿de qué, D. Miguel? De agua. ¿Cómo de agua? dijo sorprendido y un tanto amostazado. Es lo único que me apetece en este momento. ¿Pero?... ¿No quería V. antes darme una satisfacción? señor. Pues deme V. ahora la de dejarme beber agua, puesto que tengo sed.

Y siempre que se hablaba del sombrero de copa de su difunto esposo, exclamaba la Reina Sabihonda, en portugués: «En todas las cosas, por despreciables que parezcan, hay algo de valor, para el que sabe encontrarlo

De América soy hijo: a ella me debo. Y de la América, a cuya revelación, sacudimiento y fundación urgente me consagro, esta es la cuna; ni hay para labios dulces copa amarga ni el áspid muerde en pechos varoniles; ni de su cuna reniegan sus hijos fieles.