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No hubo bien nombrado a don Fernando la que el cuento contaba, cuando a Cardenio se le mudó la color del rostro, y comenzó a trasudar, con tan grande alteración que el cura y el barbero, que miraron en ello, temieron que le venía aquel accidente de locura que habían oído decir que de cuando en cuando le venía.

No había sido aún ministro, pero se contaba que lo fuese en plazo muy breve. Clementina había rechazado repetidas veces sus instancias. Raimundo lo sabía y estaba orgulloso de este triunfo. Sin embargo, no podía arrancar de cierta inquietud cada vez que le veía hablando con ella como en este momento.

No se jugaba al tres-siete, ni se tocaba el piano, y la pequeña Tinay, la menor de todas las señoritas, se aburría sola jugando á la chongka, sin poderse explicar el interés que despiertan los asaltos, las conspiraciones, los sacos de pólvora, habiendo tantos hermosos sigayes en las siete casetas que parece le guiñan á una y le sonrien con sus boquitas entreabiertas para que los suba en la casa madre ó iná: Isagani que, cuando venía, jugaba con ella y se dejaba engañar lindamente, no acudía á sus llamamientos, Isagani escuchaba sombrío y silencioso lo que el platero Chichoy contaba.

Absorta se quedó al oír estas palabras la señora de Centeno, así como la Mariuca y la Pepina, y no les ocurrió sino que a la miserable huérfana abandonada le había salido algún padre rey o príncipe, como se contaba en los cuentos y romances.

Cuarenta años y alguno más contaba el presidente del Casino, de veinticinco a veintiséis el futuro Marqués y a pesar de esta diferencia en la edad congeniaban, tenían los mismos gustos, las mismas ideas, porque Vegallana procuraba imitar en ideas y gustos a su ídolo.

Otra vez, y también muy risueño, le preguntó si creía que podría servirle de algo... para allanarle el camino, por ejemplo; y Ángel, sin detenerse a poner en claro de qué camino se trataba, apresurose a responder que ; pero a su tiempo, si fuera necesario: por de pronto, quería ser él quien diera la sorpresa a su familia, y contaba con que la sorpresa fuera grata.

Y contaba cómo se había curado de una indigestion mojándose el ombligo con el agua bendita al mismo tiempo que rezaba el Sanctus Deus, y recomendaba el remedio á los presentes cuando padezcan disenterías ó ventosidades ó reine la peste, solo que entonces deben rezar en español: Santo Dios Santo fuerte Santo inmortal Líbranos señor de la peste Y de todo mal.

Jamás he tenido la tentación de destruir mi obra; de hacer que Lucía baje hasta desde la altura en que la he puesto. Pero, a veces me pregunto: ¿no fue delirio ponerla en esa altura? A este propósito recordaba yo ciertas palabras de una dama andaluza que conocí un verano en Biarritz cuando Lucía no contaba aún sino ocho años de edad. Tenía esta dama una hija de la misma edad que Lucía.

La hermana San Sulpicio se llamaba en el mundo Gloria Bermúdez. Su padre había muerto cuando ella contaba solamente nueve o diez años de edad. Era un comerciante rico de Sevilla. Su madre, una señora muy piadosa que poco después de la muerte de su esposo llevó a la niña a educarse de interna en el colegio del Corazón de María.

Contaba Robledo con el auxilio de un plano hecho por otros exploradores, en el cual se marcaban las «aguadas», únicos lugares donde los expedicionarios podían detenerse.