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Los genoveses, triunfadores de los pisanos, cegaban su puerto con las arenas del Arno, y la ciudad de los primeros conquistadores de Mallorca, de los navegantes á Tierra Santa, de los caballeros de San Esteban, guardianes del Mediterráneo, pasaba á ser Pisa la muerta, población que sólo de oídas conoce el mar.

Las hazañas de los Pizarros, en tres partes, nos ofrecen un cuadro de brillantes colores, y por lo general, lleno de vida, de los hechos casi fabulosos de los primeros conquistadores de América; y aunque notemos ciertas exageraciones é imágenes poco correctas, á nuestro juicio, hay que convenir en que son semejantes por su naturaleza á aquellas narraciones maravillosas, que al hablar de los portentos del Nuevo Mundo encontraron en todos crédito; cuentos y patrañas que se sostuvieron mucho tiempo en el público antes que se dudara de su veracidad, como, por ejemplo, la narración de Orellana, la cual se incluye también en este drama, de haber encontrado una república de amazonas á las orillas del Marañón.

Aun hoy, según se dice, los pescadores descendientes de los primeros conquistadores españoles dan vueltas alrededor de las islas del estrecho de las Bahamas, con la esperanza de ver en alguna playa salir á borbotones la maravillosa agua.

En una isla donde había quinientos mil, «vio con sus ojos»los indios que quedaban: once. Eran aquellos conquistadores soldados bárbaros, que no sabían los mandamientos de la ley, ¡y tomaban a los indios de esclavos, para enseñarles la doctrina cristiana, a latigazos y a mordidas!

En las selvas de América, nunca exploradas, vieron hipógrifos, licornios y grifos iguales a los de los amados libros; las mordeduras de serpiente no eran mortales si se les aplicaba una amatista; la piedra bezoar sanaba todas las dolencias, y el mismo Carlos V pedía para las suyas este remedio encantado de los conquistadores.

Verdad es que los conquistadores no recurrieron á medios violentos de ningún género para coartar el culto religioso de los conquistados: dejáronles en libertad de seguir el que quisiesen, y de nombrar sus pastores espirituales; tuvieron sus iglesias en Sevilla, Granada, Murcia, Valencia, Toledo, Badajoz, y hasta en Córdoba, capital del imperio, y permiso de tocar sus campanas ; y cuando los persiguieron algunos califas intolerantes, como Abderramán II, fué debido á las provocaciones é inexplicable celo de sus súbditos cristianos, ávidos de ceñirse la corona del martirio y de declarar en voz alta que Mahoma era profeta falso.

El día que dos alemanes señalaron, ó mejor dicho, arrancaron á la fuente por la fuerza de la ciencia, metales que no eran todavía conocidos, es uno de los grandes días de la historia. Comparados con esta fecha, ¡cuán insignificantes son en los anales de la humanidad las victorias ó la muerte de los más célebres conquistadores!

Las echó abajo de raíz: echó abajo sus templos, sus observatorios, sus torres de señales, sus casas de vivir, todo lo indio lo quemaron los conquistadores españoles y lo echaron abajo, menos las calzadas, porque no sabían llevar las piedras que supieron traer los indios, y los acueductos, porque les traían el agua de beber.

¡Poeta sensible y de vista corta!... Esperaba de un momento a otro su objeción. «¡Los crímenes que comete el capital en sus grandes empresas mundiales!...» , los reconozco: son los mismos crímenes de los grandes conquistadores que han trastornado el curso de la Historia; los crímenes de las revoluciones que nos dieron la libertad. El hombre pasa y la obra queda.

Las hormigas salen formando batallones de sus obscuros cuarteles, donde viven sometidas á una disciplina á la prusiana, obedeciendo á su emperador, como un pueblo laborioso, culto y metódico. Van á saquear para enriquecerse; van á invadir otros hormigueros con el propósito de esclavizar á sus habitantes y que trabajen para los conquistadores.