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Hubo instantes en que confió su salvación a libros originalísimos que se le ocurrían, y que, según él, estaban destinados a producir gran escándalo en el público. Pero ¿quién iba a imprimirlos? ¿Y la fuerza para escribir dónde podía encontrarla, con la voluntad entorpecida y la inquietud del sustento inseguro?... Comenzaba a dudar de su fuerza.

Maltrana comenzaba a sentir la inquietud de una situación ridícula viéndose rodeado por aquellos monos malignos. Al volver la cara, sorprendió por dos veces los guiños burlescos, las morisquetas que hacían algunos a sus espaldas mirando al Barrabás. Su hermanastro, con una leve sonrisa, parecía animarles. Del fondo de la galería salieron voces imitando el gruñido de varios animales.

»Comenzaba ya el periódico a producir disgustos entre muchas familias aludidas por los chicos, cuando llegó de la Universidad, va a hacer un año ahora, Tinito Maravillas.

¡Veinte francos! pero yo no pido nada, no necesito nada. Tengo mi pensión. ¡Su pensión!... ¡setecientos francos al año! Pues bien respondió el cura, será para cigarros, pero escuchad bien: esto viene de América... Y comenzaba de nuevo el panegírico de los dueños de Longueval. Entró en casa de una buena mujer, cuyo hijo había partido el mes anterior para Túnez. Y bien, ¿cómo está vuestro hijo?

Salvatti, amparado de aquel prestigio que cuidaba religiosamente, se sostenía como artista. Despedíase de la vida a la sombra de aquella mujer, la última que había creído en él y que toleraba su explotación. Aplaudida por públicos famosos, cortejada en su camerino por grandes señores, Leonora comenzaba a encontrar intolerable la tiranía de Salvatti.

Tomábalo D. Álvaro de las manos de su hija y comenzaba las Ave-Marías, paseando lentamente de una esquina á otra del salón. La familia y los vecinos se arrodillaban devotamente frente á una estampa ordinaria y ridícula de la Virgen, que, provista de marco negro, colgaba sobre el sofá, y respondían con sordo y prolongado murmullo á las oraciones que D. Álvaro decía en alta voz.

En el mes de septiembre, cuando terminó la temporada de baños, que en la villa era animada, y comenzaba en el campo la de la caza, Gonzalo se trasladó con la familia a Tejada. Las niñas se ponían aquí muy buenas y él se divertía extremadamente. Por otra parte, no dejaban grandes recreos tampoco en Sarrió.

¿Qué me dice usted de eso? ¿No es una cosa muy rara? Ignacio no contestó. Comenzaba, en efecto, a parecerle algo y aun algos extraña la conducta de aquel recién casado, que así abandonaba a su mujer la noche de novios, dejándola en un vagón de ferrocarril.

El cura colocaba cerca de la caja de rapé, un gran pañuelo a cuadros sobre el brazo del sillón y la lección comenzaba. Cuando no había sido muy grande mi pereza, las cosas iban bien, mientras se tratase de deberes a corregir, porque aunque fuesen siempre de lo más corto posible, por lo menos estaban hechos con prolijidad. Mi letra era clara y mi estilo fácil.

Comenzaba a arrepentirse de su brutalidad. ¡Pobre Mina!... Pero ella, protestando de esta conmiseración, giró la cabeza sobre su hombro hasta apoyar la nuca, y en tal postura, con los ojos llenos de lágrimas y sonriendo al mismo tiempo, se elevó en busca de su boca, devolviéndole las caricias con un beso largo, interminable.