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Al recibir Laura los libros, de la estancia, en una artística caja de caoba, Coca no pudo menos de curiosearlos... Y descubrió en la portada del primer tomo, leyéndola en voz alta, la siguiente dedicatoria del obsequiante: «Para mi mejor sino mi único amigo, la señorita Laura Itualde».

Con gran sorpresa de Adolfo, Coca se negó enérgicamente a este viaje, ella siempre la más deseosa de distraerse y divertirse en casa de sus tíos... Dijo que ello significaría una huida cobarde, que era mejor afrontar la situación, que no valía la pena...

En la misma tarde pasó don Mariano por la casa de sus amigos a agradecer la atención. Eran deliciosos sus pastelitos. Se notaban en ellos las manos de una hada benéfica dijo a Laura. Sin atreverse a aceptar un agradecimiento que no mereciera, Laura parecía turbada... Adolfo, que estaba presente, contestó entonces por ella: No son obra de Laura, Vázquez, sino de Coca...

Adolfo repuso: No bien... Creo que cuarenta años. ¡Cuarenta años! exclamó Coca. Pues se lo dejo a Laura. Arreglando la casa para recibir la visita anunciada, Laura y Coca conversaban y se divertían a costa del candidato todavía desconocido...

Adolfo protestó ingenuamente; él no volvería a casarse... Se encuentra usted demasiado bien así dijo Vázquez con unas hermanas como las que usted tiene... ¡Feliz de usted!... Pero esta felicidad no puede durarle toda la vida... Ellas se casarán alguna vez... ¡Oh no!... interrumpió Coca. ¿Y por qué no se casa usted? preguntó Adolfo a su amigo.

Coca hizo un gesto como diciendo que no les importaba la casa y la mesa, sino el dueño de casa y amigo... Mientras éste, saboreando el postre, un dulce de fresas, exclamaba sinceramente: ¡En mi vida comí nada más delicado! Es obra de Laura observó Coca, faltando impudentemente a la verdad, porque ella era la autora del dulce.

Quédate más bien en casa de cualquiera de nuestros tíos, como te lo pidieron, y déjame a mi solo... Laura replicó: De ningún modo. No te cuidarías, a pesar de que todavía estás a tiempo... Iremos a cuidarte con Coca. Te haremos allá un confortable hogar... Para nosotras no será sacrificio alguno, porque llevaremos un largo luto antes de podernos distraer y divertir.

Evidentemente, algo había pasado entre ella y él... De otro modo no se explicaban las frecuentes alusiones y chanzas que acerca del oficial provocaba la misma Coca, ¡sin duda por tenerlo siempre presente!... Preocupado con estos pensamientos salió Vázquez de la casa de Itualde, y tan preocupado, que tropezó en la calle con un transeúnte...

Una mula llevaba los víveres necesarios para un mes de viaje. Además, podía montar en ella al sentirse cansado, por ser actualmente sus jornadas más largas que cuando pasó á pie por estos mismos sitios.... Pero ¡ay! entonces, aunque no tenía víveres, contaba con el vigor de la coca, ó mejor dicho, con la fuerza de una juventud sana que había ido disolviéndose allá abajo, en la orilla del mar.

Con más sorna que ironía, intervino Vázquez: Pues en el retrato parece un negro... ¡Un negro! ¡un negro! exclamó Coca indignada. ¡Si es más blanco que usted!... Es que la fotografía es bastante mala observó Adolfo, con su acostumbrada buena fe. Los originales son sin duda mejores que el retrato agregó Vázquez. ¿No es verdad, Rosa?