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¡Pecador de ! ¡Estúpido y necio! exclamó el padre, todo lleno de violencia y dando en la mesa unos cuantos puñetazos. ¿Quieres creer que soy tan egoísta, que el egoísmo me había cegado? Yo no había visto en el plan de Doña Blanca ninguna mala traza. Me parecía natural que casase á Clarita con su tío. Yo no miraba sino á mi pícaro interés: á que nadie se llevase á Clarita lejos de estos lugares.

Los animales salieron gozosos en su compañía, pero viendo que Clara se quedaba vacilaron unos instantes, ladraron a Reynoso como recriminándole por ponerles en aquella disyuntiva y al fin se decidieron a volverse a la glorieta, echándose a los pies de su ama. Te lo digo con todas las veras de mi alma, Clarita; yo quisiera morir de un tiro de tu mano como han muerto esos patos.

Fueron ricas, pero han venido á menos; creo que el día menos pensado se comerán unas á otras. ¿Y en qué se ocupan? En nada, mejor dicho, en rezar. Una de ellas es santa, y le aseguro á usted que cuando se pone á hablar de sus santidades es cosa de morirse de risa. ¡Y qué impertinentes son! Cuando les propuse lo de la procesión, con objeto de sacar de allí á Clarita, se pusieron hechas unos grifos.

Todo era dicha y tranquilidad en casa de doña Manuela, y el contento de la familia repercutía en Las Tres Rosas, donde la sencilla Teresa considerábase feliz. Sabía que su marido había roto definitivamente con Clarita, aquella «mala piel» que vivía en la calle del Puerto. Ya no le pagaba los trimestres del entresuelo, ni atendía a sus locos gastos.

Yo quiero á Clarita, aunque entre ella y yo no median los vínculos de la sangre, del mismo modo que te quiero á , que eres mi sobrina: con amor casi paternal, con el amor que es propio de los viejos. ¡Pero si V. no es viejo, tío! Pues aunque no lo sea. No amo á Clarita de otro modo. Y si esto sigue pareciéndote raro, no caviles ni busques más hipótesis para explicártelo satisfactoriamente.

Quedó, pues, resuelto que Clarita, por culpa del Comendador y para que no se contaminase, no volvería á pasear con Lucía. Las resoluciones de Doña Blanca Roldán eran irrevocables y efectivas. Ella sabía darles cumplimiento con calma persistente.

Me negué, con impaciencia. Creyendo que mi negativa fuera para no aburrirlos, insistieron, y tanto insistieron, que no me quedó más remedio que escaparme... Pues esa misma noche, interpretando mal mi huida, Clarita se comprometió con mi rival, que, como todos los rivales, me parecía un tonto de capirote.

Ahora pida usted perdón de su fechoría que no conozco ni quiero conocer. Clarita dijo Tristán mirando a su prometida que continuaba tapándose los ojos con la mano , perdóname lo que te he dicho. Te juro que te adoro, que te quiero con toda mi alma... ¿Cómo? ¿Cómo...? ¿Qué modo de pedir perdón es ese...? Hágame usted el favor de hacerlo como se debe.

De todos modos, aunque tan mal paso fuese posible, no se debía apelar á él sino apurados antes otros medios más prudentes y juiciosos. Reitero, con todo, mi afirmación. Creo capaz á Clarita de morir de dolor; pero no la creo capaz de prestarse al escándalo de un rapto. Entonces ¿qué quiere V. que yo haga?

Mi novia, es decir, mi pretendida, era una niña encantadora llamada Clarita. Conmovida por mis miradas incendiarias, me ofreció su casa, y su madre me invitó a comer. Mi nave iba viento en popa... Durante la comida dije a la niña muchas ternezas.