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No hay trabajo que le arredre, ni contrariedad que apague su fe: la fortuna está sonriéndole detrás de sus desdichas, y la ve tan clara y tan palpable entonces, como la vió de niño, cuando, soñando sus ricos dones, se columpiaba en las altas ramas del nogal que asombraba su paterna choza.

Tan solo pudieron reanimarla y darle alguna felicidad los cuarenta días que, seis meses antes de estos sucesos, había pasado en Ateca, pueblo de Aragón, á donde Elías la mandó para que disfrutara del campo. Más adelante veremos por qué tomó Elías esta determinación, y lo que resultó del viaje de Clara.

Acaso algún filósofo antiguo ó moderno le haya sobrepujado por la viveza del ingenio, por la visión rápida y clara de los grandes problemas de la ciencia, pero ninguno tuvo jamás un rostro más grave, más absorto, más genuinamente científico que el tío Goro cuando de las ocupaciones manuales pasaba á las intelectuales.

Sin embargo, una dama joven, que sale sola de noche... dijo doña Clara con amargura. Hacíais un sacrificio por su majestad.

Desde el momento en que esa agua, tan rica de vida, no hace más efecto que el agua clara, es una locura practicar tales experimentos al aire libre, expuestos á los azares del viento, del sol y de otros mil accidentes.

Apenas había salido Quevedo del cuarto de doña Clara Soldevilla, cuando uno de sus criados la anunció que el bufón del rey quería hablarla.

Contaré á vuestra majestad lo que me ha sucedido: salía yo de la antecámara á llevar en persona la orden de vuestra majestad á doña Clara, porque, por fortuna, vuestra majestad me había dicho terminantemente: id y decid á doña Clara Soldevilla... debía yo ir... y fuí. Es cierto... una distracción mía, doña Catalina.

Clara, que se creyó causante de aquel desperfecto, tuvo bastante fuerza para huir de las iras del carretero, que, á haberla visto, la hubiera maltratado; corrió hacia arriba, y no paró hasta la esquina de la plazuela de la Paja. Allí encontró otro sereno y le hizo su pregunta. Está usted cerca le dijo éste.

Todas estas proposiciones hasta llegar á la verdad primitiva, que por misma es clara, son unos sylogismos tácitos, que con facilidad se pueden reducir á raciocinios descubiertos, con los quales se llega á ver la conveniencia de lo que se trata con los primeros principios.

Por el contrario, la clara inteligencia del segundo Santa Cruz y su conocimiento de los negocios, sugeríanle la idea de que cada hombre pertenece a su época y a su esfera propias, y que dentro de ellas debe exclusivamente actuar. Demasiado comprendió que el comercio iba a sufrir profunda transformación, y que no era él el llamado a dirigirlo por los nuevos y más anchos caminos que se le abrían.