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¿Qué enfermedad padece doña Clara? dijo la reina. Ninguna, señora contestó doña Catalina ; doña Clara está sana y buena esperando en la saleta. ¿Qué significa, pues, vuestra mentira? He creído que debía mentir. ¿Por qué?

Y al tener de repente la visión clara de su desgracia, al pensar en el pobre Pascualet, que á tales horas estaba aplastado por una masa de tierra húmeda y hedionda, rozando su blanca envoltura con la corrupción de otros cuerpos, acechado por el gusano inmundo, él, tan hermoso, con aquella piel fina por la que resbalaba su callosa mano, con sus pelos rubios que tantas veces había acariciado, sintió como una oleada de plomo que subía y subía desde el estómago á su garganta.

Y es que hay cosas de que es imposible formarse idea clara y exacta sin tenerlas delante; y las hay en gran número, y sumamente delicadas, imperceptibles por separado y cuyo conjunto forma lo que llamamos la fisonomía. ¿Cómo explicaréis la diferencia de dos personas muy semejantes?

No bien entró Clara en el cuarto, Doña Blanca le preguntó: ¿Dónde has estado, niña? Mamá, en el nacimiento. No cómo tiene pies mi señora Doña Antonia para dar paseos tan disparatados. Con ir y volver, eso es andar cerca de una legua. Doña Antonia no ha estado hoy con nosotras dijo Clara, no atreviéndose á mentir, ni siquiera á disimular.

Doña Paulita le inspiraba respeto y gratitud, pues no había oído jamás la menor recriminación en su boca, ni Clara le había dicho que tuviera queja ninguna de ella. El recuerdo de la escena y diálogos misteriosos ocurridos algunas noches antes, le puso muy pensativo.

Unos penetrantes ojos se fijaron vivamente en ella, con una ternura que quizá ella sola era capaz de comprender. Amiga Clara dijo afectando alegría, tranquilízate. El cansancio te ha rendido y la excitación del viaje te ha puesto en un estado lamentable. He visto a Carolina; está buena y hermosa. Por ahora, esto es bastante.

Pero una noche la volví a ver completamente clara, por decir así, la noche en que velaba a la pobre Bessey Fawkes, que murió dejando a sus hijos en esta tierra que Dios los ayude ; el asunto que digo, se me apareció tan claro como la luz del día.

Nunca veo tan clara la semejanza como cuando usted manda algo a la Benina: se me figura que veo a Su Majestad Imperial dando órdenes a sus chambelanes. ¡Qué cosas!... Eso no puede ser, Ponte... no puede ser». Entrole a la niña un reír nervioso, cuya estridencia y duración parecían anunciar un ataque epiléptico.

Este encierro perpetuo hubiera agriado y pervertido tal vez otro carácter menos dulce y bondadoso que el de Clara, la cual llegó á creer que aquella vida era cosa muy natural, y que no debía aspirar á otra cosa; así es que vivía tranquila, melancólicamente feliz, y á veces alegre. Y, sin embargo, semanas enteras pasaban sin que una persona extraña penetrara en la casa del fanático.

Tristán y Clara, tímidos y embarazados, recorrieron las habitaciones de la casa, pequeñas comparadas con las del suntuoso hotel que acababan de dejar, pero amuebladas con refinado gusto y coquetería. Clara lo hallaría todo precioso aunque fuese mucho peor. Pero la cocinera ardía en deseos de mostrarles hasta dónde llegaban los primores de su arte.