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Quisiera hacer como todos hoy pensaba el joven, reirme, gozar... ¡parece que soy yo solo el triste y el desgraciado! ¡ay, no! que están mis viejos, que ya no volverán a reír ellos tampoco... ¿por qué he tomado esta calle? iré por el río, es más solitario... pero, antes, pasaré por casa de Susana, quiero despedirme de ella: ¡cuántas veces he seguido este camino! en esta cigarrería entraba a comprar cigarros, en aquella esquina me esperaba el italianito vendedor de diarios: daba luego mis tres paseos frente a la casa de Esteven: ella, en el balcón o detrás de la celosía, me miraba y me sonreía, y así que desaparecía, me iba al escritorio de Jacinto, y después a la Bolsa, ¡la Bolsa! ¿por qué habré pisado la Bolsa? no me vería en la que me veo.

Me dominé, y ofrecí mis cigarros; pero tenía prisa por concluir, empezaba a verlo todo rojo, y dije a Lotario: Deberías retirarte, hijo mío; ya es hora. El se levanta penosamente y me tiende una mano helada; hace a ella, con los talones juntos, su saludo más militar, y se dirige hacia la puerta.

Como centro industrial ó fabril, Marsella merece mucho interes, aun prescindiendo de su valiosa produccion en buques, cordajes, velámenes y todo lo que se refiere á la marina. Posee en sus cercanías abundantes salinas, y tiene una gran fábrica de cigarros por cuenta del Estado.

Si yo estuviese paralítico, si suplicase á un transeunte que me cogiera un cigarro que se me hubiese caido al suelo, y el transeunte me diera dos cigarros suyos, yo no aceptaria de ningun modo su presente, y le llamaria orgulloso, presumido, insensato tal vez.

Solía proseguir de esta manera en voz baja hasta que Juan se echaba como un loco por la escalera abajo, y entrando en la sala común pedía licores que no bebía, encendía cigarros que no fumaba, hablaba con hombres a quienes no escuchaba, y su conducta era, en una palabra, la que es propia del sexo fuerte en períodos de prueba y de tribulación.

En una de aquellas manotadas que daba la Sánchez, tiró un cestito que sobre la chimenea estaba, y de él cayó una cajetilla de cigarros. «¿También fumas, cochinazahabríale preguntado Rosalía, si hubiera podido hablar con espontaneidad; pero miró a la otra recoger del suelo la cajetilla, y no dijo nada. Al poco rato entró el mozo con el café, y dejó el servicio sobre el velador.

Vamos, ¿tienes cigarros?... ¿no?... Espera, voy a traerte. Y, turbado siempre, me precipito a la pieza donde tengo mis provisiones de fumador; me parece que la punta encendida de un cigarro va a mejorar la situación. Pero, al volver, con mi caja debajo del brazo, veo por la puerta que ha quedado abierta... ¡Ah señores! veo una cosa que me hiela la sangre en las venas...

Vivía en un pueblo cercano, casado con la mujer que le impulsó a matar por vez primera, rodeado de hijos, paternal, bondadoso, fumando cigarros con la Guardia civil, que obedecía órdenes superiores, y cuando a raíz de alguna hazaña había que fingir que le perseguían, pasaba algunos días cazando en el monte, entreteniendo su buen pulso de tirador.

El Mosco consideraba como enfermos a sus débiles compañeros, fatigados por la marcha. Al otro lado del arroyo, Isidro y el señor Manolo vieron que el camino se deslizaba, tortuoso, entre dos altas vallas de plantas espinosas. El Mosco les ordenó que arrojasen los cigarros; ya no podrían fumar hasta la vuelta: entraban en terreno enemigo.

A Solito. Allí horas, dos cigarros, y dos amigos. Se hace una segunda edición de la conversación de la calle de la Montera. ¡Oh! y felizmente esta semana no ha faltado materia. Un poco se ha ponderado, otro poco se ha... Pero en fin, en un país donde no se hace nada, sea lícito al menos hablar. ¿Qué se da en el teatro? dice uno.