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La joven compuso su semblante dándole cierto aire de gravedad, y entró en la cámara de la reina, al mismo tiempo que la condesa abría la puerta de la antecámara y desembocaba por la portería de damas. La condesa de Lemos atravesó en paso lento, recibiendo los respetuosos saludos de ujieres y maestresalas, algunas galerías y habitaciones.

No, por cierto, señora, respondió Tragomer, que veía contrariado que aquella mujer terminaba las confidencias apenas empezadas. Se trata, sencillamente, de un asunto de herencia. ¿Hereda? exclamó la gruesa rubia con acento de indignación. ¿Va á heredar? No hay como esas muchachuelas para tener una suerte semejante... ¡Oh! Voy á llamar á Campistrón. ¿Permiten ustedes?

Miguel vino triunfante a ella, y la dio un beso. ¿Quieres agua, monina? le preguntó de repente. No sabemos qué clase de motivos habrían impulsado a Miguel a ofrecer tan espontáneamente agua a su hermana. Sean los que quieran, lo cierto es que ésta, como no podía negarle nada, aceptó el ofrecimiento. Mas al servírsela el bueno de Miguel, dejó caer sobre la cuna el vaso lleno.

¡Pobres animales! Pierden su casa, y sólo logran, después de muchos sufrimientos, otra más fea e incómoda. Pero viven, y ocultan su cuerpo deforme y su concha opaca y fea en las aguas de los ríos. Deben sufrir un martirio atroz, tío dijo Hans. Cierto; especialmente cuando el cuchillo del cazador les priva de su vivienda. Pero, Van-Horn; que te olvidas del almuerzo.

La casa más notable es la que llaman en los libros «del Gobernador» que es toda de piedra ruda, con más de cien varas de frente y trece de ancho, y con las puertas ceñidas de un marco de madera trabajada con muy rica labor. A otra casa le dicen de las Tortugas, y es muy curiosa por cierto, porque la piedra imita una como empalizada, con una tortuga en relieve de trecho en trecho.

Este abuelo había sido casado con una tía del general Saldaña; y aunque Atilio no alcanzó á conocerle, hablaba con frecuencia de él como de un personaje curioso que le inspiraba cierto orgullo ó amargas ironías, según el estado de su ánimo. Era un hombre de belicoso humor y sombríos entusiasmos, que había acabado de dilapidar la fortuna de la familia, ya quebrantada por los antecesores.

¡Ah! ¿estamos de plácemes? por cierto; el asunto de la reina está á punto de concluirse; una vez quitado de en medio ese estorbo, es distinto, nos quedamos solos con el padre y con el hijo. ¿Pero y don Rodrigo...?

«Soy muy desgraciado; padezco los mayores tormentos..., tormentos morales, del corazón dijo Relimpio con la voz más débil y balbuciente que se puede oír . Cierto día unos amigos me hicieron tomar Champagne. ¿Qué creerás?

Roussel se sometió con gracia á sufrir este mal paso y se mostró sencillo y cordial, con un cierto matiz de altanería que á Clementina le pareció que contrapesaba desagradablemente la ventaja que ella había obtenido públicamente de la sumisión de aquel rebelde. Creyó que se levantaba un poco deprisa y vió en esta actitud un indicio del doblez con que, á su juicio, se había conducido.

De tal diversidad de cuerpo y espíritu nacía el acuerdo que entre ellas existía. Ángela mandaba sobre Lucía, pero a condición de escucharla, lo cual no le costaba trabajo; ejercía sobre ella un cierto protectorado maternal.