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Tienes razón, , ... Puede que te lo diga irónicamente, que estos señorones, muy curtidos en sociedad, emplean a menudo la ironía, y cuando parece que nos alaban, lo que hacen es tomarnos el pelo, como suele decirse... Por si el hombre va por derecho, y se ha prendado de ti con buen fin... que todo podría ser, Benina... se ven cosas muy raras... debes proceder con lealtad, y confesarle tus máculas, no vaya a creer Frasquito que la pureza de los ángeles del cielo es cualquier cosa comparada con tu pureza.

¿Para qué ir a Tien-Hó? ¿Por qué no quedarme allá en aquel amable Pekín, comiendo nenúfares en caldo de azúcar, abandonándome a la somnolencia amorosa del «Reposo discreto» y yendo por las tardes azuladas a dar mi paseo del brazo del buen Mariskoff, por las terrazas de jaspe de la Purificación o bajo los cedros del Templo del Cielo?

4 Y dijeron: Dad acá, edifiquémonos ciudad, y torre, que tenga la cabeza en el cielo; y hagámonos nombrados, por ventura nos esparciremos sobre la faz de toda la tierra. 5 Y descendió el SE

Movía el ciego sin cesar su cabeza, cual si quisiera dirigir las palabras de su canto a diferentes partes del cielo, y ponía en algunas endechas una vehemencia y un ardor que denotaban el entusiasmo de que estaba poseído.

Bebe una gota al borde de ese cáliz, Una gota no mas, y en raudo vuelo, Como si fueras á buscar tu cielo Vuelve á asilarte al seno maternal, Porque sinó de la pasion al soplo Desbordará un torrente enfurecido, Que arrastrará á las playas del olvido Tu vida y tu inocencia angelical.

Tus páginas inspiradas Relucirán salpicadas De dolor, Sin que se estrellen tus ecos En cráneos y pechos huecos Sin amor. Que si este mundo inclemente Puso en tu pálida frente: ¡Maldicion! Al dejar el frio suelo Estampara en ella el cielo ¡Bendicion! Poeta, mi lira gime, Pero ni un canto sublime Viene á , Que solo, el genio divino, Que arrastra cual torbellino, Te dió á .

El cielo De ese modo, yo recelo morir deste mal estraño, pues se aumentan en mi daño, amor, fortuna y el cielo. ¿Quién mejorará mi suerte? La muerte. Y el bien de amor, ¿quién le alcanza? Mudanza. Y sus males, ¿quién los cura? Locura. De ese modo, no es cordura querer curar la pasión cuando los remedios son muerte, mudanza y locura.

Zelayeta dijo que quizá fuera mejor dejar la expedición para otro día, porque el cielo estaba obscuro y la mar algo picada; pero Recalde afirmó que aclararía. Ya decididos, compramos queso, pan y una botella de vino en el Guezurrechape del muelle; bajamos al rincón de Cay erdi donde guardaba sus lanchas Shacu; desatamos el Cachalote y nos lanzamos al mar.

Pues en verdad dijo el mayor que no parece vuesa merced del cielo, y que éste no es lugar para hacer su asiento en él; que por fuerza se ha de pasar adelante.

¡En nombre del Cielo, querida! ¿Qué tienes? gritó. No me hallaba en estado de proferir una palabra. Pero ella, con un movimiento maternal, tomó una gruesa manta de lana, me envolvió en ella y me colocó en su regazo, aunque yo ya era más grande que ella. Vamos, confiésate, tesoro mío. ¿Qué ocurre? me preguntó acariciándome las mejillas.