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A todos los que oyeron la premática pareció cuanto bien se puede decir, y todos me pidieron traslado de ella; sólo el sacristanejo comenzó a jurar por vida de las vísperas solemnes, introibo y kiries, que era sátira contra él, por lo que decía de los ciegos, y que él sabía mejor lo que había de hacer que nadie.

Viviendo en la eterna monotonía de las bellezas naturales, no ven en ellas nada de extraordinario, sintiendo con más intensidad los sucesos que tocan de cerca á sus personas. Tal vez son ciegos para la hermosura de la tierra, condenados á luchar con ella eternamente, á vencerla y violarla para sacar de sus entrañas el sustento.

Acerca del último fin y eterna bienaventuranza, tienen estos ciegos idólatras muchos errores. Creen la inmortalidad de las almas, á quien llaman Oquipau, y que han de vivir y gozarse eternamente en el cielo, á donde las llevan sus sacerdotes. Cuando alguno muere le celebran sus exequias, más ó menos, según su esfera.

Es realmente consolador el ver con qué esmero procura la autoridad gubernativa que las vías públicas se hallen siempre limpias de ciegos que canten. Y yo creo, por más que haya quien sostenga lo contrario, que si pudiese igualmente tenerlas limpias de ladrones y asesinos, no dejaría de hacerlo con gusto.

Y se alejó, guiando como niños á los dos ciegos, desesperados y hermosos, que erguían toda la cabeza por encima de la suya. Una leve presión de sus dedos podía aplastar este cuerpo de fanal, todo luz, sin otra materia que la precisa para transparentar y guardar la llama interior. ¡Adiós, lady! dijo el príncipe.

19 Y el otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me des por excusado. 20 Y el otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. 21 Y vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de la familia, dijo a su siervo: Ve presto por las plazas y por las calles de la ciudad, y mete acá los pobres, los mancos, y cojos, y ciegos.

No habiéndose familiarizado aún con los movimientos de rotación del ojo, apenas percibía las imágenes laterales. Podría decirse de él, como de muchos que nunca fueron ciegos de los ojos, que sólo veía lo que tenía delante. Primita dijo avanzando hacia ella . ¿Cómo no has ido a verme hoy?, yo vengo a buscarte. Tu papá me ha dicho que estás haciendo trajes para los pobres. Por eso te perdono.

Estaba en un desierto; rodeábale una noche. ¿Qué había dicho? Nada. Y había hablado mucho. Aquello fué como si diera golpes en el vacío, como si hiriera en una sombra creyéndola cuerpo humano, como si hubiera encendido un sol en un mundo de ciegos. Bajó con el alma atribulada, oprimido el corazón, ardiente y turbada la cabeza, bañado el rostro en sudor frío.

El joven tenía delante dos enemigos que le acometían ciegos de furor; pero alcanzaba con su espada á uno y otro lado de la habitación, y no les dejaba avanzar. El alférez, con la espada envainada, estaba detrás del joven. Juan Montiño volvía la luz de su linterna, tan pronto sobre el uno como sobre el otro de sus enemigos. De tiempo en tiempo les metía un furioso cintarazo.

Uno de los más ciegos partidarios del último creyó, pues, que los sonetos satíricos citados eran de la misma pluma, y replicó con un libelo tan sandio como mal intencionado contra el autor de Don Quijote.