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No se renuncia porque la fortuna haya favorecido a un tirano durante largos y pesados años; la fortuna es ciega, y un día que no acierte a encontrar a su favorito entre el humo denso y la polvareda sofocante de los combates, ¡adiós, tirano!; ¡adiós, tiranía!

¡Pues lo es! y no me ciega un entusiasmo perturbador; pero perfectamente que aun cuando me aceptara de plano, como dices, se mantendría en su actitud de hoy, mientras viva su padre; podré ir veinte, cien veces, y siempre me diría lo mismo. ¡Quién sabe! Ricardo, insiste y allá veremos. Este no es asunto que se gane con la insistencia, ¿no es verdad, Baldomero?... usted que la conoce bien.

La autoridad de algunos escritores se habia levantado mas alto de lo que convenia; y era menester un ímpetu como el de la filosofía de Descartes para derribar á los ídolos. El respeto debido á los grandes hombres no ha de rayar en culto, ni la consideracion á su dictámen degenerar en ciega sumision.

El paralítico leía por un libro; la ciega escuchaba y a menudo interrumpían la lectura para reír y comentar con admiración los pasajes que más les agradaban. Aquella simple y tranquila felicidad hirió a Tristán como una bofetada en tal momento. Los contempló con ojos cargados de desdén y de cólera y al fin se alejó murmurando: «¡Qué par de imbéciles

Su viaje le había servido para convencerle del absoluto olvido que su amor generoso merecía á la hija del guarda, de la ciega pasión que ésta había concebido por el majo de Medina. Y, sin embargo, aunque lo mereciese, le era imposible despreciarla, ni aun dejar de amarla.

Me le ha pintado como pudiera haberme pintado á Luzbel, rodeado aún de hermosos fulgores de su primitiva naturaleza angélica, valeroso, audaz, inteligente como pocos seres humanos. Me ha hecho creer que ejerce tal imperio sobre las almas, que las atrae y las cautiva, y las pierde si gusta. En su mirada hay una luz siniestra que ciega ó extravía.

Apenaba más verla llorar, por la alegría revoltosa que siempre fue el distintivo de su carácter. Fernanda la acariciaba tiernamente y compartía sus lágrimas. Al cabo de un rato de silencio le preguntó: Pero ¿ le sigues queriendo? ¡, hija, ! exclamó con rabia. No lo puedo remediar. Cada vez estoy más ciega por él. ¡Vaya por Dios! Tu pobre padre estará también disgustadísimo.

ELOY. ¿Lo sabe usted...? EL JUEZ. ¡Ay, querido diputado! La justicia no es tan ciega como se dice. ELOY. ¡Ya me doy cuenta...! EL JUEZ. No tengo que darle ningún consejo. Usted es demasiado listo para no comprender que su suerte está en sus propias manos. ¡Vuelva, pues, a su casa, caballero...! Arreglaremos este asunto. Y en lo sucesivo desconfíe del chantage, plaga de nuestra época...

Es verdad dijo con la voz opaca y convulsiva ; decid á una pobre niña abandonada de todo el mundo: fuerte, renuncia al amor, que es tu vida, porque la desgracia te ha hecho indigna del amor de un hombre honrado; ensordece, cuando puedas escuchar palabras de consuelo; ciega, cuando el sol de la felicidad nace para ti; muere, cuando empiezas á vivir; no, Dorotea, no; vivirás; porque Dios quiere que vivas; amas á ese hombre; ese hombre será para ti... ó para nadie... y cuenta con que el Santo Oficio se ponga frente á frente del bufón.

Después de un breve silencio, prosiguió suspirando: ¡Pobre Mathys! Sois la víctima de una ciega abnegación. Os compadezco; el terrible peligro que os amenaza me arranca lágrimas de compasión y de angustia. La maldad es muy grande en los corazones perversos. Aquella por quien os habéis sacrificado, quiere preparar ella misma vuestra pérdida y entregaros a la justicia.