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Y acercándose vivamente a Muñoz: Quiero hablarle con sinceridad, exclamó, a usted, a mi mejor amigo, para quien jamás tendría una doblez. ¿Es o no verdad que soy su amiga más buena y más leal? , ya lo , Charito, respondió Muñoz haciendo un esfuerzo para sobreponerse a la indiferencia que le abrumaba.

La hora se me pasó, mamá me espera... Muñoz, tenemos que hablar, ya ; le avisaré a Charito para encontrarnos una tarde aquí. Adiós, adiós. Julio, retenido un minuto por Lucía, la vio salir como huyendo. Tanto había conturbado a Muñoz la aparición momentánea de Adriana y tan lejos estaba de suponer que Julio frecuentaba la casa de Charito, que no le reconoció en el primer momento.

Además, puedo encontrarme con Muñoz y esto sería desagradable. Yo pienso ceder mi butaca a Fernando para que él invite a otro amigo, o puedo dártela a ti... ¡Pero si yo estoy muy bien en el palco nuestro! Para que la regales, Charito. No me interrumpas.

Era capaz de no venir, de habérselo prometido a Charito con la intención premeditada de faltar. Pero la voz de Adriana, su límpida voz de suavidad irresistible, resonó abajo, en la escalera. ¿Iba a tener fuerzas para demostrarse con ella altivo y firme, de acuerdo con los términos de la carta enviada por intermedio de Raquel?

Se alejó de Muñoz, después de echarle una mirada de soslayo; y entró en el gran salón iluminado, con el mismo desembarazo elegante con que solía hacerlo en el cabaret o en el club. Tuvo Muñoz un gesto de disgusto; la presencia de Castilla, allí, en casa de Charito, le produjo malestar. Ella no había llegado todavía.

Cuando vio a Muñoz se entristeció, le tendió la mano casi con timidez. Sus ojos expresaban dulzura y seriedad. Lucía caminó rápidamente hacia ella. ¡Qué bonita estás! exclamó contemplándola con admiración. En seguida, para dejarla con Muñoz, le hizo un signo de inteligencia, agrandando los ojos y sonriendo; le dio la espalda y fue a tomarle las manos a Charito.

La carta terminaba así: "Yo había cifrado el objeto de mi vida y todas mis aspiraciones en el amor de usted. Por lo mismo tuvieron mis sentimientos una sinceridad incontestable. Jamás hubiera querido conquistar su cariño por otro medio. Pero tal vez por mi sinceridad misma la he de perder para siempre. Ayer pedí a Charito, como favor de amistad, que la invitara para el viernes.

Se avergonzó de sentir necesidad de apoyarse en la mediación de Charito. He cumplido, ¿verdad? dijo ella sonriéndole; luego, sin otra palabra y con una graciosa solicitud corrió hacia el grupo en que se hallaba Adriana. Muñoz, cada vez más íntimamente herido en su orgullo, salió del salón; en la salita contigua sólo había una pareja de novios, tan ajenos a todo que ni le oyeron entrar.

¡Decir exclamó Charito que las muchachas inteligentes y lindas como están destinadas generalmente a casarse con hombres de espíritu vulgar! ¡Y también habías de perderte así, por tontera, por falta de reflexión! Yo estoy segura de que a Muñoz lo quieres en el fondo; no podrías dejar de quererlo. ¡Ah, en el fondo...! repuso Adriana distraída.

En todo caso los varios éramos nosotras y el pobre Julio era la sinvergüenza. A Charito no la enfadaba tanto el chisme como el hecho de que Adriana esquivaba la entrevista con Muñoz y en cambio la había obligado a hacerse amiga de Julio, a quien detestaba.