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Se la representó avanzando entre los fieles arrodillados, alzada hacia el altar su cara ligeramente atónita, bajo el ancho sombrero. Había ella adquirido para su pensamiento un prestigio inasequible. ¡Pero Muñoz, Muñoz, aquí está Lucía! exclamó Charito, ¡salúdela! Se levantó sorprendido, confuso, ante la joven que le miraba con su gesto de amable curiosidad. En ese momento apareció Adriana.

En el mismo ángulo bailaba Charito, que dirigía a su amiga, de vez en cuando, miradas de reproche; pero en seguida su cara se iluminaba escuchando a su compañero, que era el joven de la voz amaricada. Adriana había cesado de bailar. Seguía Muñoz con los ojos su silueta indefiniblemente lánguida. Su andar era suave.

Y Julio también se humillaría, Julio también buscaría avergonzado la mediación de Charito, y acaso en la mañana de los domingos, para la misa de las once, se deslizaría como él, furtivamente, en la iglesia del Socorro, por el miserable consuelo de contemplarla arrodillada en la penumbra.

Precisamente por eso y porque Julio, en realidad, no es mi "novio". Hay entre nosotros algo demasiado fuera de los sentimientos comunes para que pueda presentarse en casa y sustituir en su papel a Muñoz. El presente que vivimos es conforme a mi corazón. Pronto te desilusionarás, porque te enamoras con la misma facilidad de Lucía, le replicó Charito. Pudieron verse así con más frecuencia.

¡Ah! exclamó Muñoz, enrojeciendo. ¿La conociste en casa de Charito González? ¿ vas a casa de Charito González? No; la conocí en casa de las Aliaga. Estoy seguro que dijiste... en fin ¿una amiga de Charito González? Yo conozco a todas sus amigas. No importa. Esta es la hija del hombre que se mató por la viuda de Aliaga. Muñoz ignoraba el suicidio del padre de Adriana.

Ya que me imaginas insensible o algo así como si me faltara humanidad. Y volvió a hundirse en el sillón. , continuó, son muy extrañas las mujeres de nuestro país... Fue precisamente en casa de las Aliaga que conocí, hace algún tiempo, a esa amiga de Charito González. Me pareció en seguida que pertenecía al tipo de las mujeres fantásticas.

Adriana se puso entonces a mirar la pareja de novios, mientras Charito buscaba inútilmente un motivo cordial de conversación. Yo los dejo, dijo al fin, hasta luego. Pero Adriana la retuvo. Y dirigiéndose alternativamente a ella y a Muñoz: No quiero quedarme sola con él; he pasado muchos días aburrida, muy triste, y él ahora, estoy segura, tiene intención de pelear.

Un hermoso libro, a veces una sola página escrita con gracia, les daba ensueño para muchos días. Adriana sentía el contraste profundo de esta casa con el ambiente sin espíritu que había, por ejemplo, en la de Charito González o de su tío Ernesto Molina.

Festéjela, por lo menos durante algún tiempo. Ella sabe hacer olvidar. ¿Está usted segura, Charito, de que Adriana vendrá? ¡Qué obsesión con Adriana! vendrá. Pero escuche. ¿Quiere que le un consejo? Cuando llegue Adriana, usted dedíquese a Lucía.

Las estatuas, en la tranquilidad de la sala, le parecían reposar. Flotaba sobre ella una influencia serena y pura. Y Julio también era otro. Ya no tenía aquella vaga tristeza en el semblante distraído, y su modo, sus palabras, eran dulzura y galantería, no solamente para con ella, sino también cuando se dirigía a Charito, a Lucía o a la institutriz.