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Tenía la tía Zarandaja sus motivos para que la importase en gran manera por doña Guiomar y por Cervantes lo que el señor Viváis-mil-años la dijese, porque el rapista y ella habían hablado mucho de un cierto señor que andaba sin seso y casi convertido en alma en pena por la hermosísima viuda.

Pero Dios no quería que aquel irreconciliable enemigo de mi familia fuese castigado, sin duda porque le guardaba para que le castigaseis vos, señor Miguel de Cervantes.

Si yo hubiera podido creer, dijo Cervantes, que los pobres versos míos habían de llegar a tan hermosas manos, puede ser bien que el deseo de contentaros hubiera sido inspiración que los hiciese dignos de Pindaro; ¿pero qué poesía queréis que haya sin amor, y cuando sólo se escribe para ejercitar el ingenio?

Cervantes prefería el Persiles á todas sus obras: la posteridad piensa muy de otra manera; pero sea cual fuere el juicio, que de ella se forme, no deja de asombrarnos que la escribiera un anciano de sesenta y ocho años, desplegando tan exuberante fantasía, que, como dice Calderón, semejante á Vulcano, ocultaba bajo su capa de nieve ríos de fuego.

Cervantes, lejos de este centro de actividad poética, y ocupado entonces en otros trabajos, se contentó con asistir, como espectador y juez, á este desenvolvimiento más vasto del arte dramático, en vez de luchar con los afamados paladines del día.

Mientras una gota de sangre inmortal aliente en mis venas, CERVANTES no triunfará. ¿Cómo permitir que el libro que echa al suelo mi gloria y ridiculiza mis hazañas se alce victorioso? JÚPITER; yo te ayudé en otro tiempo: atiende, pues, ahora á mis razones. ¿Oyes, justiciero JOVE, las razones del valeroso MARTE, tan sensato como esforzado?

Pensando en que esto podría suceder muy bien, sacaba en claro Cervantes, que él quedaría el único dolorido y el único desesperado; que al perder la esperanza de gozar a doña Guiomar, y cuanto para él doña Guiomar valía, había conocido cuánto la amaba, y cuán con exclusión de toda otra mujer.

¡Qué contraste forman Cervantes y Lope de Vega con Calderón, cuando se compara la vida de los primeros, tan fecunda en aventuras y vicisitudes diversas, con la reposada y pobre en sucesos ruidosos del último, según consta de lo expuesto! ¿Habremos de creer, acaso, que, por una negligencia censurable, no han llegado hasta nosotros noticias de esos hechos de la biografía de Calderón?

Nada mejor pensado, ni mejor escrito, ni más entusiasta á par que juicioso, ni más esmaltado de sentencias metafísicas, estéticas y morales, puede, en mi sentir, escribirse en elogio del príncipe de nuestros ingenios, Miguel de Cervantes Saavedra, á quien coloca Montalvo entre los mayores que ha habido en el mundo, y á cuyo Quijote sólo pone por cima la Biblia y la Iliada.

Aturdiose más y más Cervantes, más y más se acongojó, más y más el miedo de la justicia de Dios acometiole, y trémulo, y cobarde, hacia el aposento que había dejado tornose. En aquel punto oyose una puerta que violentamente se abría. El perro continuaba ladrando, y de improviso una mano helada asió una mano de Cervantes, y llevósele. Pero lo que aconteció requiere capítulo aparte.