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«Apenas decía si de toda esta desdichada muchedumbre se podrá entresacar media docena que merezca una declaración de amorLos amigos impugnaban tan cruel censura, y el Conde, para defenderse, sostenía su opinión con gracia y desenfado.

Mi padre y multitud de parientes mios por todos los cuatro costados han servido desde muy antiguo en la Marina española. Renegaría yo de mi casta si denigrase á los marinos. Pero con todo eso declaro que me sublevan y enojan los que pretenden poner á los marinos y á los militares de tierra por cima de toda censura de los paisanos, fundándose en que ignoramos sus artes.

¡Y esas montañas inmensas, deshabitadas, desconocidas en su mayor parte, no contienen un asilo al que yo pueda llevar conmigo, robarlo a la curiosidad insolente, a la censura hipócrita el secreto de mi felicidad y de mi vida!

Diré, sin embargo, que es, en mi sentir, persona apasionada, movida por quejas justas, y que deja notar en cuanto afirma cierto enojo harto motivado, que tal vez le impulsa á ir más allá de lo merecido en la reprobación y en la censura.

En una palabra; con el método analítico que hoy se emplea, con cuatro chuscadas y con un poquito de mala fe, nada más llano que demostrar que el propio Homero era un mentecato. Por otra parte, yo no comprendo qué ventaja pueda traer una censura muy feroz de los autores, aunque sean malos.

He visto muchos libros modernos que tratan, ó de máxîmas morales, ó políticas, y justamente puede atribuírseles la misma censura; y quizá su lectura fuera mas provechosa, si el entendimiento hallara conexîon entre las verdades que contienen. En nuestros tiempos tenemos hartos ejemplares de los errores que ocasiona la imaginacion vehemente, y fuerte quando está acompañada de poco juicio.

Así es que, si en el reglamento de censura se prohíbe hablar contra la religión, contra las autoridades, contra los gobiernos y los soberanos extranjeros, y contra otra porción de materias, es porque se ha presumido con mucha razón que era imposible hablar mal de esas cosas, diciendo verdad. Y para mentir más vale no escribir. Todo esto es claro; es más que claro, casi es justo.

En los países en que se cree que es dañoso que el hombre diga al hombre lo que piensa, lo cual equivale a creer que el hombre no debe saber lo que sabe, y que las piernas no deben andar; en los países donde hay censura, en esos países es donde se escribe para otro, y ese otro es el censor.

En las primeras vacaciones que me dieron, y en recompensa de la buena censura que obtuve del sinodal en el examen, me permitió mi señor padre que hiciese un viaje de recreo adonde más me acomodase y por todo el tiempo que me pareciese prudente.

En fin, para que no te rías y para que no pienses que pretendo lucir mi estilo poético, te diré que llegué a Lisboa. Durante la navegación, sin embargo, tuve una aventura harto notable. Y como este escrito tiene trazas de confesión general, no me parece bien que se quede en el tintero, y voy a contártelo aquí aunque me exponga a tu reprobación y a tu censura.