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Un mes después, la duquesa de Gandía recibió por un correo expreso una larga carta del duque de Osuna. El poderoso grande estaba completamente satisfecho de su hijo y de su esposa, que se amaban con toda su alma y eran felices. A la carta de Osuna acompañaban una de don Juan y otra de doña Clara. Aquellas cartas respiraban felicidad.

Si recibe cartas y billetes de tanto pretendiente, es por pasar el rato y tener un motivo más de risa y fiesta. EVARISTA. ¿Pero cómo llegan a casa...? BALBINA. ¿Las cartas de esos barbilindos? Aún no lo . Pero yo vigilo a Patros, que me parece... EVARISTA. Mucho cuidado y entérame de lo que descubras... BALBINA. Descuide la señora.

Los dos se comunicaban sus noticias. Doña Luisa casi repitió textualmente los párrafos de sus cartas, tantas veces releídas. Argensola se abstuvo modestamente de enseñar los textos de las suyas. Los dos amigos empleaban un estilo epistolar que hubiese ruborizado á la buena señora.

Mi mujer echó la que iba dirigida á la hermana, y yo la que iba dirigida al padre del chico, como si creyéramos que podia ejercer alguna influencia la electricidad particular de cada sexo. Al arrojar las cartas por el buzon, mi mujer y yo exclamamos al mismo tiempo: ¡Dios las lleve por buen, camino!

¡Dejaros! ¡dejárame yo primero las antiparras, sin las cuales soy hombre muerto! ¡buena cuenta daría yo al duque de Osuna! llévoos conmigo, y por lo tanto, os dije que cartas eran vanas; que la mejor carta para el duque, lo serán sus hijos: asunto es no más que de algunos cientos de ducados y de camisas limpias.

La clave de la cifra la había descubierto ese día de fiesta que encontré a Poldo en el castillo de proa escribiendo un mensaje sobre las cartas, evidentemente dedicado para el Cardenal residente en Roma, porque después he sabido que el bandido y el eclesiástico, antes de la muerte de este último, mantenían frecuente pero secreta comunicación.

Pobre de vos, que sois un insensato... Allá en San Marcos supe, por cartas de algunos amigos que se venían sin que nadie las viese á mi bolsillo, y que yo leía cuando de nadie era visto, supe, repito, que la Dorotea se había escapado del convento donde la guardábais y se había metido á cómica; supe además que el duque de Lerma la mantenía, y alegréme, porque dije: el tío Manolillo será enemigo á muerte de su excelencia.

Ya sabe usted por mis cartas anteriores que esto es una desgracia terrible, porque tal vez traiga consigo otras... ni imaginarlas quiero, padre.

En sus cortos momentos de ocio aparecía como hombre sosegado, indiferente, linfático; pero así que tenía las cartas en la mano, o el taco, o las fichas del dominó, adquiría su figura brío inusitado, el rostro se le mudaba, las manos se estremecían como potros refrenados, los ojos expresaban la energía recóndita de su alma. Inspiraba generales simpatías en la población y las cercanías.

Como que todo Madrid iba allí a comprar agujas, y su papá se carteaba con el fabricante... Su papá recibía miles de cartas al día, y las cartas olían a hierro... como que venían de Inglaterra, donde todo es de hierro, hasta los caminos... «, hija, , mi papá me lo ha dicho. Los caminos están embaldosados de hierro, y por allí encima van los coches echando demonios».