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En la tarde del mismo día en que Azorín ha recibido estas dos cartas, poco después de comer, ha llegado un criado y le ha puesto en sus manos otra voluminosa. Azorín, después de leerla, ha decidido salir la misma tarde para Petrel, a pie, dando un paseo.

Leyó la primera de las veinticinco cartas sin comprenderla; en la segunda tropezóse con esta frase, escrita de puño y letra del artillero: «En cuanto a tu marido, bueno será que le suprimamos el villa y le dejemos melón: está probado que el pobre pertenece a la familia de las cucurbitáceas».

Si la señora condesa quiere enviárselo, yo le llevaré las cartas que lleguen. , eso es lo más derecho y lo más pronto dijo vivamente Currita.

El sahumerio le perdonaríamos respondió el estudiante. Y Cortado prosiguió, diciendo: Cuanto más, que cartas de descomunión hay, paulinas, y buena diligencia, que es madre de la buena ventura; aunque, a la verdad, no quisiera yo ser el llevador de tal bolsa, porque si es que vuesa merced tiene alguna orden sacra, parecermehía a que había cometido algún grande incesto, o sacrilegio.

Presentí que alguien me traía noticias de mi amada y acudí presuroso. No me había engañado el corazón. Era el caballerango del P. Herrera. Aquí tiene usted... me dijo, sin bajarse del caballo, esta cajita y estas cartas. Volveré mañana por la contestación. ¡Cartas de Angelina! Una para mis tías; otra para . Corrí a mi cuarto y cerré la puerta. Deseaba estar solo, solo....

Pero conozco cuán anticuadas son sus ideas al respecto, pues es usted de los que creen que una mujer debe casarse sólo por amorLa lectura de estas cartas dejó impreso vívidamente en un hecho decisivo, y fue: que si el tal Dawson participaba secretamente de la fortuna de Blair, no tenía necesidad ciertamente de obtener su secreto por medios infames, puesto que lo conocía.

El conde que tenía todo su capital mueble en la banca, se asustó al verle comprometido de aquella suerte; pero no tuvo más que aceptar. Es sentencia del vulgo que los afortunados en amores son desgraciados al juego: pero más cierta parece la contraria afirmación. Cuando acude la buena dicha, acude para todo, y lo mismo cuando la desdicha acude. El conde fue tirando cartas, y no salía ningún tres.

Mientras tanto, el anciano, que parecía manejar las cartas con demasiado interés, estaba, lo vi, tratando de volverlas a arreglar él solo, colocando su dedo sobre una, luego sobre otra y después sobre una tercera, como si hubiera sabido el arreglo concreto de ellas, y leyendo para el registro.

Recordó que en Madrid dos estudiantes le habían escrito cartas a que ella no contestaba. Era su única aventura, después de la vergüenza de la barca de Trébol. El santo decía que los niños son por instinto malos, que su perversión innata hace gozar y reír a los que los aman; pero sus gracias son defectos; el egoísmo, la ira, la vanidad los impulsan. «Es verdad, es verdad» pensaba ella arrepentida.

Siempre se han vendido... me acuerdo de una provisión de corregidor que se ha dado esta mañana á Diego Soto, para que la venda en lo que pudiere... y todo está firmado por . , pero es que el duque vende por su cuenta... te roba... ¡Oh! no puede ser. Mira. Y la reina sacó las dos cartas que habían encontrado en la cartera de don Rodrigo Calderón, con las suyas, y dió una de ellas al rey.