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Mandan los santos preceptos que se de beber al sediento, pan a quien tiene hambre, y posada al peregrino. Pues, ¿dónde agua más fresca, ni pan más tierno, ni albergue más grato que el amor? Además, la caridad bien ordenada empieza por uno mismo, y Carolina también sentía necesidad de amor. <tb>

Pero convencido de que era inútil luchar contra un temporal tan deshecho, renunció a agarrarse a él. D.ª Carolina era del mismo corte y figura que su hija Presentación, esto es, delgada, nerviosa y con unos ojillos vivos y penetrantes que los años habían hundido y rodeado de un círculo oscuro y fruncido.

Me parece que a la sazón se le comunicó a usted todo eso y que por lo tanto tiene reconocimiento del citado convenio. Entonces, yo no era más que una criatura dijo Carolina. Ciertamente dijo el señor Príncipe, con la misma sonrisa.

Si es su deseo verla antes de decidir, ella se alegrará de poder estrecharla en sus brazos, sin que ello implique la más remota intención de influir en su decisión, libre de todo punto. ¿Sabe madre que ella viene? dijo apresuradamente Carolina. No podría contestarlo dijo Príncipe gravemente.

contestó Príncipe, su madrastra ha tenido la singular desgracia de sobrevivir a sus afectos más caros. No pareció comprenderlo Carolina, pero Príncipe, sin dar explicaciones, se sonrió con dulzura. Dos lágrimas temblaron al poco rato en los párpados de Carolina. El señor Príncipe aproximó su silla hacia ella dulcemente.

La señora de Ponce estaba aún tranquila y confiada, y cuando Príncipe hizo correr su sillón desde la ventana hasta el fuego, le explicó que como el año escolar terminaba, probablemente retenían a Carolina sus lecciones, y que no podía dejar el colegio más que por la noche, una vez terminadas aquéllas.

Los intereses cosa deleznable que un joven virtuoso también y de talento, como su amigo, despreciaba absolutamenteSin embargo, D.ª Carolina tenía la certeza que ésta era la clave de la incomprensible epístola. Presentación lloró, pateó, escribió una carta llena de insultos al traidor, y durante varios días fue el tormento y la compasión de sus padres.

Aunque la amenaza no espantó a la familia tanto como era de esperar, se convino, no obstante, en no servirle más que alimentos fosfatados. Sintió Carlota profundo pesar cuando su marido le notició la cesantía. Quedaron ambos larguísimo rato silenciosos y tristes. Algo sonaba también lúgubremente dentro del alma de ella, profetizando la muerte de su dicha. D.ª Carolina la recibió con tranquilidad.

No prosiguió Catalina con repentina energía, eso puede que te plazca a ti; pero yo me vuelvo como he venido, por la ventana, o bien me quedo en este mismo lugar. Y cayó repentinamente sobre Carolina, que lloraba sobre un montón de nieve, y la sacudió con fuerza. Luego dormirás. ¡Chito! ¡Callemos! ¿qué es eso?

En la actitud de su novio adivinó en seguida lo que pasaba. Pues bien, señora, lo que tengo que manifestar a usted es que, lo mismo Carlota que yo, deseamos casarnos cuanto más antes. ¡No, no! ¡yo no! exclamó la joven encendida en rubor y echando a correr. D.ª Carolina se mostró sorprendidísima. ¡Pero eso es un escopetazo, Costa!