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D.ª Carolina se alzó del sofá y dio tres o cuatro pasos. ¡Si supieran ustedes cuánto lo temo! dijo parándose. No lo puedo remediar; siempre que voy a decir algo importante a Pantaleón, me sucede lo mismo, me pongo temblorosa; toda me aturrullo... Mire usted cómo me tiembla la mano, Costa. Mario apretó la mano de su futura suegra, pero no pudo comprobar el temblor.

Un día, comiendo, tiró Carolina del mantel, rompió los platos, derramó el contenido de ellos y la sal y el vino, y se encerró en su cuarto, donde estuvo llorando tres horas. A las pobrecitas Rosa y Josefa que hasta el Otoño anterior habían vestido de corto, las obligaba a confesar todos los meses. ¡Inocentes!, ¿qué pecados podían tener, si ni siquiera tenían novio?

Conservaba su abundante y ondulado cabello el tinte dorado metálico de antes; su color, de extraña delicadeza como el de una flor, y sus ojos, castaños del color de algas marinas en aguas profundas. No era, pues, su belleza la que le desilusionaba. Carolina se encontraba, por su parte, como violenta, sin ser tan impresionable como él.

Acordose de un antiguo dolor que había resuelto apartar de su memoria durante años enteros; recordó días de enfermedad y desconfianza, días de punzante terror por algo que debió evitar... y que evitó con horror y pesar mortales; pensó en un ser que podría haber existido... también ella hubiera tenido un hijo de la edad de Carolina.

D.ª Carolina volvió de nuevo su fisonomía condescendiente hacia Timoteo, dibujándose en ella otra dulce sonrisa. , hija mía, . Es una cosa seria lo que tiene que decirte. Abre. Ni seria ni risueña: no quiero oír nada repuso Presentación. Que se vaya. D.ª Carolina sonrió nuevamente y apretó la mano del violinista.

Una vergüenza inmensa, infinita, corrió por todo su ser hasta las últimas fibras y le paralizó enteramente. D.ª Carolina, con una rápida ojeada, advirtió su estado lastimoso. No creas que esto es puñalada de pícaro. Te habla así Pantaleón por mi boca porque tiene confianza en tu honradez, en tu dignidad, en que sabrás cumplir perfectamente tus obligaciones.

Después de algunos momentos de silencio, añadió: Acaso aciertes en tu elección. Es buena muchacha, Juan... aunque un poco atrevida. Y no dijo más. El último rastro de vida se desprendió de aquella cabeza débil, loca y apasionada. Una mariposa que se había posado en su pecho voló, y la mano que apartaron de la cabeza de Carolina, cayó a su lado, inerte.

«Lo que espero de la rectitud de usted dijo Carolina, disimulando la desconfianza con la cortesía , es que por ningún caso introduzca en la obra cabello que no sea nuestro. Todo se ha de hacer con pelo de la familia». Señora, ¡por los clavos de Cristo!... ¿Me cree usted capaz de adulterar...? ¡Carolina!... Salió de la casa el buen amigo, febril y tembliqueante.

Esto, unido a cierto modo extraño y constante de sobarse las rodillas con la palma de las manos como si estuviera dándoles fricciones de algún bálsamo antirreumático, produjo en D.ª Carolina un movimiento de impaciencia que procuró refrenar con su amabilidad característica. Al cabo rompió. Señora, aquí Presentacioncita sabe perfectamente...

La vida siguió deslizándose en la misma forma que antes, creciendo de día en día la confianza y el cariño entre nuestro joven y la familia de su novia. No salía de la casa. Cuando iban a paseo por Recoletos, Mario y Carlota marchaban delante y detrás D.ª Carolina y Presentación. Al poco tiempo todo Madrid los conocía. «Ahí vienen los noviosse decían los paseantes al verlos.