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El alma de Salvador estaba de rodillas, afanosa y esperanzada, delante de aquel amanecer feliz. Carmen le había dicho: «Espera que yo descanse, espera que amanezca..., espera que salga el sol....» Y llegaba, por fin, la hora bendita, la hora soñada, la sublime hora....

Has llegado tarde al rosario dijo doña María a D. Diego después que me indicó un asiento. ¿Pero no dije a usted respondió el joven que lo rezaba esta tarde en el Carmen Calzado? De allí vengo ahora, junto con Gabriel, que volvía de confesarse con el padre Pedro Advíncula. ¡Qué excelente sujeto es el padre Pedro Advíncula! me dijo en tono sumamente ponderativo doña María.

Ocurrióseme una vez tratar de las muchachas más lindas de Villaverde. Tía Carmen se prestó a la conversación, y estuvo ese día de muy buen humor. En ocasiones como aquella, se complacía en charlar como una polla y en agotar el frívolo y gastado tema de noviazgos y bodas. No dejamos de nombrar a ninguna de las niñas casaderas. ¡Ninguna fué del agrado de mi tía.

En la iglesia del Carmen se venera una imagen de la Virgen de los Dolores, de quien era el Rey muy devoto y a quien iba a presentar rica ofrenda y a dar fervorosas gracias por los recientes triunfos que las armas portuguesas habían alcanzado en Ceilán y en otras islas más remotas.

Avisada un día por Carmen de que José Luis Aguirre, llegado de Europa, les había hecho una visita, Adriana fue a casa de las Aliaga con la gran ansiedad de saber si reanudaría Laura con él su antigua relación. Ardientemente lo deseaba. Su actitud, cuando se anunció la vuelta de José Luis, permitía abrigar pocas esperanzas.

Al cabo de media hora de discusión, el sargento tuvo que rendirse a la evidencia, pues no había motivo alguno que confirmase sus sospechas. El joven madrileño le manifestó que había llegado el día anterior en el vapor Carmen, que allí estaba, y a cuyo capitán podían preguntar si era verdad lo que decía: que estaba hospedado en casa de D. Valentín Vázquez, etc., etc.

Cuando V. mandó llamar a mi ama, la señorita Julia no quiso que viniera sola: pensó que tendría calma para ver a la otra, para verle a él... y no ha habido tal calma. Esta es la situación. ¿Y no hay más? Lo demás es muy delicado. ¡Pobre mujer! ¡Figúrese V.! Está colocada en la alternativa de tener que abandonar a doña Carmen a quien todo se lo debe, o soportar la presencia de los otros.

Pablo, al ver a Carmen, pareció vacilar de emoción, y se aumentó su palidez; pero reponiéndose, dijo todo turbado: ¡Perdonar, señor! ¿y de qué he de perdonar? ¡Al contrario, yo soy quien tiene que pedir perdón de tanto como he ofendido al pueblo...!

Solo ya, sacó Julián de entre la camisa y el chaleco una estampa grabada, con marco de lentejuela, que representaba a la Virgen del Carmen, y la colocó de pie sobre la mesa donde Sabel acababa de depositar el velón. Arrodillóse, y rezó la media corona, contando por los dedos de la mano cada diez.

En lugar de la redoma de cristal, tapaba todo esto un pedazo de gasa, sujeto con cintas azules á las piernas de la diosa, la cual ostentaba en su profano pecho un escapulario de la Virgen del Carmen.