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Que tal es mi suerte pecadora, que á donde yo voy va la desdicha, y el bien que hago sangre y lágrimas me cuesta. Os debemos, sin embargo, demasiado. Quédanse las cosas como se estaban, y no podía suceder de otro modo; que tal anda ello, que el gobierno es como capa vieja á quien se la va el remiendo que se la ha puesto, por las puntadas.

¡Ah, cuánta felicidad había en estas victorias de la virtud! ¡Qué clara y evidente se le presentaba entonces la idea de una Providencia! ¡Algo así debía de ser el éxtasis de los místicos! Y don Saturno apretando el paso volvía a su casa ebrio de idealismo, mojando los embozos de la capa con las lágrimas que le hacía llorar aquel baño de idealidad, como él decía para sus adentros.

Y se dulcificó la rigidez de su semblante, sus ojos se humedecieron y lloró. ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Dios mío! dijo ; la vida es un sueño de Satanás! ¡, , un sueño horrible! ¡pero, seguidme! tomad vuestras armas, que ya no hay peligro en que las toméis, y vamos. Don Juan tomó sus armas, su sombrero, su capa, y siguió á Quevedo; pero antes de salir se volvió hacia Dorotea.

Mi amo, pues, como más nuevo en la venta y muchacho, dijo: -Señor huésped, déme lo que hubiere para y mis criados. -Todos los somos de V. Md. -dijeron al punto los rufianes-, y le hemos de servir. Hola, güésped, mirad que este caballero os agradecerá lo que hiciéredes. Vaciad la dispensa. Y, diciendo esto, llegóse el uno y quitóle la capa, y dijo: -Descanse V. Md., mi señor.

¡Bendita sea! dijo el célebre torero, tirando al suelo y extendiendo la capa, para que sirviese de alfombra a María ; ¡bendita sea esa garganta de cristal, capaz de hacer morir de envidia a todos los ruiseñores del mes de mayo! Y esos ojos añadió otro que hieren a más cristianos que todos los puñales de Albacete. María pasó tan impávida y desdeñosa como siempre.

Durante el curso de los siglos trabajaron las aguas, llevando arcilla y leve arena para reconstituir su cauce y formar en las cercanías una capa de tierra vegetal; los torrentes han limpiado poco á poco su lecho, royendo ó separando las piedras que les molestaban; el monstruoso pavimento formado por las rocas más pequeñas se ha cubierto de hierbas, convirtiéndose en pasto montuoso, erizado de puntas; los grandes peñascos se han vestido de musgo y se agrupan acá y allá en pintorescos collados; grupos de árboles crecen al lado de cada reborde roquizo y siembran de encantadoras manchas de verdura el grato paisaje.

Doña Lupe no había visto nunca tanto brillo en aquellos ojos ni animación semejante en aquella cara. Cuando entre los dos hubieron recogido las piezas, la tía las envolvió en un número de La Correspondencia, y arrojando el paquete sobre la cómoda, dijo con soberano menosprecio: «Ahí tienes para el regalo de boda». Maximiliano guardó en la cómoda el pesado paquete, y después se puso la capa.

Me volví con alguna mayor curiosidad a mirar a aquel hombre, y confieso que me causó repugnancia. Sin ser un monstruo por lo feo, éralo bastante, y sobre todo, formaba contraste notable con la rubia que se cernía sobre mi cabeza. Estaba pobremente vestido, de capa y gorra, como los artesanos de Madrid, y debía de hallarse entre los cincuenta o sesenta años de edad.

En la llanura, los campos están por todas partes cubiertos por una capa uniforme: sólo suele verse algo de verdura en los parajes regados recientemente.

Desde entonces todas aquellas delicadezas de su alma empezaron a sufrir un proceso de desvanecimiento, todas sus ternuras se fueron apagando como los colores de una olvidada pintura bajo la capa de polvo que la cubre. A poco cambió su modo de ser y dejó de frecuentar el sitio que sus éxtasis asiduos habían como impregnado de una atmósfera mística.