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Los castellanos y leoneses miraban con los brazos cruzados los esfuerzos de los compañeros establecidos en el país, pensando con el duro egoísmo de la gente rural, que en nada les importaba cambiar la suerte del trabajador, ya que ellos al fin habían de volver á sus tierras.

Me escribió proponiéndome cambiar la vida del claustro por la del teatro... y... mi celda daba á un huerto que tenía las tapias muy bajas, los balcones eran muy bajos... me escapé... caí loca en los brazos de aquel hombre... perdí la virginidad de mi cuerpo, pero conservé la virginidad de mi alma.

He jugado porque quería salir de pobre, cambiar de posición, tener lo que otros más afortunados tienen... Para ser rico, tía, y hacerles felices a ustedes, y hacerme a mismo feliz, yendo a depositar a los pies de Susana... no tuerza el gesto, tía... mi fortuna y decirla: ¡Ahora, nada ni nadie podrá separarnos!

Por lo demás, al ver las miradas que le lanzaba a intervalos, era fácil adivinar que la fortuna de los Villanera podía cambiar de manos en el espacio de ocho días. Un perro echado a los pies de su dueño no era más humilde ni más respetuoso que él.

Era éste un vejete español que vivía de la caridad pública, y a quien en Lima conocían con el apodo de Ovillitos. El apodo le venía de que en una época entraba de casa en casa vendiendo ovillos de hilo, hasta que un día resolvió cambiar de oficio sentando plaza de mendigo.

Luna, al través de sus ardores de revolucionario, no se hacía ilusiones sobre el presente. La humanidad era todavía una tierra infecta en la que se corrompían las mejores semillas, dando, cuando más, frutos venenosos. Había que aguardar a que se completase en la conciencia humana la revolución igualitaria que se había iniciado aún no hacía un siglo. Después de esto sería posible y fácil cambiar las bases de la sociedad.

Su talle sin artificio que la oprimiera exageradamente, tenía al cambiar de postura movimientos que acusaban formas esbeltas de curvas admirables. El pelo, casi negro, recogido y alisado con extremada modestia, avaloraba la blancura mate y dorada de la tez, vivificada por venas finísimas y azuladas.

Ya he usado bastante el mío, no me ha traído más que desgracia, y quisiera dejarlo en Francia junto con mis vestidos viejos. Tiene usted razón. Eso es lo que se llama cambiar de piel. Ya hablaré de usted a la señora y si se arregla todo, le escribiré. Le Tas volvió la misma noche a París. Mantoux, llamado Poca Suerte, creyó haber hallado un hada bienhechora bajo la envoltura de un elefante.

Poco después de amanecer, cuando el gigante estaba aún en su cama, se presentó un empleado del Consejo Ejecutivo, al que seguían varias mujeres que, á juzgar por sus trajes, pertenecían á la clase industrial de la ciudad. El funcionario manifestó á Flimnap que venía para notificar al Hombre-Montaña el acuerdo del gobierno obligándole á cambiar de traje inmediatamente.

Sabía vagamente cuál era el empleo de su vida exterior: que había viajado y después vivido algún tiempo en Nièvres; que luego había recobrado dos o tres veces sus costumbres en París, para abandonarlas otra vez casi sin motivo y como bajo el imperio de un malestar que se traducía en una perpetua inestabilidad de carácter y como una necesidad de cambiar de lugares.