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A todo esto respondía el pesimista Pecson, un gordinflon con risa amplia de calavera, hablando de estrañas influencias, de si el Obispo A., el Padre B., el Provincial C. fueron ó no consultados y de si aconsejaron ó no que metiese en la carcel á todos los de la asociacion, noticia que ponía inquieto á Juanito Pelaez quien entonces tartamudeaba: Carambas, no me metan ustedes...

El infeliz que a veces no sospechaba haberla inspirado, es un «pillo, un canalla, un ladrón, un asesino, un...» el diccionario entero de denuestos. «Ya lo que quiere decir, habría dicho P. L. Courrier: es que tenemos opiniones diferentes». Lo que los españoles y nosotros llamamos calavera, se llama cachaco en Bogotá.

Positivamente... Tiene un aire tan burlesco... Es tan mordaz, tan acerbo... Y en fin... La joven pareció perpleja. Y a más es un calavera, ¿no es verdad? ¡Oh! ¡Dios mío! Yo no , yo no tengo que ver con esto.

No, señores, dijo Pecson con su risa de calavera: para celebrar el hecho no hay como un banquete en una pansitería servido por chinos sin camisa, ¡pero sin camisa! La idea por lo sarcástica y grotesca fué aceptada; Sandoval fué el primero en aplaudirla; hacía tiempo quería ver el interior de esos establecimientos que de noche parecen tan alegres y animados.

Papá: dijo aprovechando un momento de pausa . Ahí viene aquel joven amigo tuyo, que mantiene a su madre y a sus hermanas. Clementina y Pinedo volvieron al mismo tiempo la cabeza y vieron llegar a Rafael Alcántara, el célebre calavera que hemos conocido en el Club de los Salvajes. ¡Que mantiene a su madre y a sus hermanas! exclamó la dama con asombro.

No es un seductor vulgar, ni un calavera vicioso, ni un malvado, sino un hombre enamoradizo que se siente impulsado hacia ellas, para iniciarles en los deliciosos misterios del amor, semejante a los creyentes fanáticos, que a toda costa pretenden inculcar al prójimo su fe.

2.º El calavera debe tener lo que se llama en el mundo poca aprensión. No se interprete esto tampoco en mal sentido. Todo lo contrario. Esta poca aprensión es aquella indiferencia filosófica con que considera el qué dirán el que no hace más que cosas naturales, el que no hace cosas vergonzosas.

Era alegre, valiente, aficionado a cuentos y chascarrillos, donde siempre jugaba papel principalísimo algún cura o monja. No pronunciaba bien las erres. Don Jaime Marín, propietario de cuatrocientas fanegas de pan, que con la contribución equivalían a unas seis mil pesetas, sería un gran calavera, un licencioso, un monstruo de corrupción si no tuviese por mujer a doña Brígida.

No es libertino todo el que quiere; para ese estado, como para los demás, hace falta vocación, y a nuestro joven costábale tanto trabajo ser calavera como ser obispo. Tenía, no obstante, amigos muy alegres y con las más felices disposiciones, que, por prestarle un servicio, le arrastraban a sus orgías.

Era vino de ricos, del que ellos no conocían. ¡Oh! ¡aquel don Luis era todo un hombre! Algo calavera; pero la juventud le servía de excusa y además tenía un gran corazón. ¡Todos los amos que fuesen como él!... ¿Pero, qué vino, compañero? se decían unos a otros, enjugándose los labios con el reverso de la mano.