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Nuestro declamador había venido tan extemporáneamente para un negocio de su casa. Pensaba pasar en Madrid tres o cuatro semanas a lo más e irse a Biarritz en septiembre. Tenía fama de calavera, pero no de los calaveras víctimas y explotados, ni tampoco de los verdugos y explotadores.

¡Ah, calavera hipócrita! prosiguió Isidro . Cuando estemos en Buenos Aires iré un día a su establecimiento de la calle de Alsina, para decirle a la señora de Manzanares quién es su marido... Así lo haré, a menos que no me soborne con un par de botellas de champán. Una oleada verdosa se extendió por el rostro del comerciante.

Otra persona formaba parte de la familia del Fraile; pero los lazos que la unían a ella eran tan efímeros y débiles como los que atan una estrella errante a un sistema planetario. Era un estudiante de Medicina, famoso entre los de su Facultad como hábil tocador de guitarra, alegre confeccionador de chistes y calavera de los más audaces.

Creo que la mejor manera será haciendo á su hija feliz y á esto me comprometo... Aquel Velázquez calavera, mujeriego y pendenciero se marcha en ese barco para el Perú. El que aquí queda es un hombre decente que sabrá mientras viva querer á su esposa y respetarles á ustedes.

Y con su vida regular y morigerada recobró la salud, que nunca había sido muy fuerte y que habían estragado las excitaciones constantes de la existencia de calavera, para la cual no había nacido. Porque, si bien era lindo mozo, agraciado y simpático, tenía más de enclenque que de robusto. Era de genio manso, suave e inclinado a la quietud y a la paz.

Si se retira a la una o a las dos de su tertulia, y pasa por una botica, llama: el mancebo, medio dormido, se asoma a la ventanilla. ¿Quién es? Dígame usted pregunta el calavera, ¿tendría usted espolines?

Si como son conocidos, fuera una mujer a quien quisiera conquistar, la que en otra mesa comiera, hubiera pedido de a doblón: a pocos amigos que encuentre el infeliz se arruina. ¡Necio rubor de no ser rico! ¡Mal entendida vergüenza de no ser calavera! ¿Y aquel otro?

El viejo da un salto y echa una mano en la calva; mira a todas partes... nada. ¡Está bueno! dice por fin, poniéndose el sombrero; algún pillastre... bien podría irse a divertir... ¡Pobre señor! dice entonces el calavera, acercándosele; ¿le han dado a usted? es una desvergüenza... ¿pero le han hecho a usted mal?... No, señor, felizmente. ¿Quiere usted algo? Tantas gracias.

Este calavera es detestable, porque el cura liberal y despreocupado debe ser el más timorato de Dios, y el mejor morigerado. No creer en Dios y decirse su ministro, o creer en él y faltarle descaradamente, son la hipocresía o el crimen más hediondos. Vale más ser cura carlista de buena fe.

Concurre a los bailes llamados de candil, donde entra sin que nadie le presente, y donde su sola presencia difunde el terror: arma camorra, apaga las luces, se escurre antes de la llegada de la policía, y después de haber dado unos cuantos palos a derecha e izquierda: en las máscaras suele mover también su zipizape: en viendo una figura antipática, dice: aquel hombre me carga; se va para él, y le aplica un bofetón; de diez hombres que reciban bofetón, los nueve se quedan tranquilamente con él, pero si alguno quiere devolverle, hay desafío; la suerte decide entonces, porque el calavera es valiente: éste es el difícil de mirar: tiene un duelo hoy con uno que le miró de frente, mañana con uno que le miró de soslayo, y al día siguiente lo tendrá con otro que no le mire: éste es el que suele ir a las casas públicas con ánimo de no pagar: éste es el que talla y apunta con furor; es jugador, griego nato, y gran billarista además.