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Fué todo lo que se le ocurrió ante el cadáver del que iba á ser su marido. Y rompiendo á codazos por entre los hombres que se conmovían al contacto de sus caderas, salió del grupo, alejándose con soberbia indiferencia, pensando tal vez en el otro que por amor á ella iba á ir á presidio. ¡La bestia! dijo el médico al juez, siguiéndola con la mirada.

La figura es de tamaño natural. Venus esta enteramente desnuda tendida de espaldas en una cama, reclinada la cabeza sobre el brazo derecho, cuya mano tiene oculta entre el cabello: no se le ve la cara: el cuello, los hombros, la masa dorsal, las caderas, las rodillas y las piernas, forman una línea ondulante de esbeltez incomparable.

Llevaba aquel día su vestido más elegante y los movimientos forzados que hacía descubrían toda la esbeltez de la figura, la graciosa flexibilidad del talle, la exquisita morbidez de sus pechos y de sus caderas. De pie a su lado, Delaberge le ayudaba lo mejor que podía.

A principios de 1914, un nuevo sport había enloquecido á todas las gentes distinguidas de París y de las capitales de Europa y América que forman sus arrabales. El mundo decente movía las caderas bailando el tango. Y á la cabeza de esta humanidad «tangueante» figuraron Mauricio y Odette.

Lucía dio otros dos pasos, pero fue hacia Artegui, y con uno de esos movimientos rápidos, infantiles, festivos, que suelen tener las mujeres en las ocasiones más solemnes y graves, se apretó la holgada bata en la cintura, y manifestó la curva, ya un tanto abultada, de sus gallardas caderas. Sacudió la cabeza, y dijo: ¿Cree usted eso? Pues Don Ignacio.... ¡ya mandará Dios quien me quiera!

Las mugeres guardan la proporcion relativa ordinaria en cuanto á la estatura, y por lo demás participan de las mismas formas: tienen un aire elegante, y sus anchas caderas revelan en ellas una constitucion de las mas robustas: sus manos y piés son pequeñísimos, y su cintura no tan tosca como la de las Chiquiteñas.

Las gentes se interrogaban en los salones con el tono misterioso de los iniciados que buscan reconocerse: «¿Sabe usted tanguear?...» El tango se había apoderado del mundo. Era el himno heroico de una humanidad que concentraba de pronto sus aspiraciones en el armónico contoneo de las caderas, midiendo la inteligencia por la agilidad de los pies.

Ojeda la siguió con la vista. Era alta, y su enfermiza delgadez estaba disimulada en parte por lo recio del esqueleto. Las caderas marcaban su ósea firmeza bajo una falta de dril claro.

El tambor ha cambiado ligeramente el ritmo, y bajo él, los presentes que no bailan entonan una melopea lasciva. Las mujeres se colocan frente a los hombres y cada pareja empieza a hacer contorsiones lúbricas, movimientos ondeantes, en los que la cabeza queda inmóvil, mientras las caderas, casi dislocadas, culebrean sin cesar.

La cara valía poco: chatilla y morenucha; lo demás, admirable, el pecho como de Venus victoriosa, las caderas con curvas de ánfora, las piernas como de Diana Cazadora; por mirarla desnudarse hubiera Orestes prescindido de su venganza.