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Tenía una gran debilidad por falta de alimentos, tos honda y seca y calentura continua; en fin, estaba en camino de la consunción. ¿Y todavía le da por cantar? preguntó la anciana durante el examen. Cantará crucificada como los murciégalos dijo Momo, sacando la cabeza fuera de la puerta para que el viento se llevase sus suaves palabras y no las oyese su abuela.

Después me hizo asistir a su tocador, ante cuya operación me quedé espantado, viendo el catafalco de rizos y moños que el peluquero armó en su cabeza.

Y el pobre Bonis se frotaba la frente y toda la cabeza con las manos, compadecido de aquel cerebro que bullía, que crujía, que pedía reposo, paz... y la ayuda de fuerzas nuevas. Un día encontró Bonis en un libro la palabra avatar y su explicación, y se dijo: ¡Una cosa así me vendría a perfectamente! Otra alma que entrara en mi cuerpo; una vida nueva, sin los compromisos de la antigua.

¿Qué quería el señorito? ¿se siente mal? ¿traeré ya el café? ¿Yo?... hija mía... no... no he llamado. Teresina sonrió. Se pasó una mano mórbida y fina por los ojos, abrió un poco la boca, y añadió: Apostaría... haber oído.... No, yo no. ¿Qué hora es? Teresina miró al reloj que estaba sobre la cabeza del Magistral.

El coche volaba por la carretera con la arrogancia de un carro triunfal, y en su interior, los dos esposos, agarrados del talle, mirábanse con pasión. El sombrero de Luis estaba a sus pies, y ella le acariciaba la cabeza, despeinándole: el juego favorito de su luna de miel. Y Luis reía, encontrando el suceso graciosísimo. Nos van a tomar por novios impacientes.

Aunque tan distantes aún, y de un modo confuso, creíamos ya percibir las colosales figuras esculpidas y pintadas en las paredes exteriores de palacios y templos; aquellos toros con cabeza de hombre y aquellos hombres con cabeza de león; aquellos próceres y aquellos guerreros, ceñidos los riñones de talabartes, de que se enamoraron Oala y Oliba.

En ambas tentativas salió la autoridad triunfante; pero la del Papa no pudo impedir que las nuevas doctrinas del concilio de Basilea y de los príncipes acerca del gobierno de la Iglesia y de las reformas que en ella habian de hacerse, echáran hondas raices en Francia, se perpetuáran, pasáran á los parlamentos y se convirtieran en opinion poderosa; ni pudo estorbar el imperio que la reforma religiosa popular, sofocada con fuego en la hoguera de Juan de Hus y Gerónimo de Praga, y luego con sangre en los campos de Boehmischbrod, volviese á levantar la cabeza con mayor pujanza en Wittemberg.

Oh , que de tu vida en la mañana Te meces en el valle tan lozana: Que sea tu cabeza bendecida Sobre la dura almohada de la vida; Que recorras tu plácida alborada Por angélicas voces arrullada; Que el viento de la dicha infle tu vela Mientras la luna del placer riela; Y que si acaso un dia, negro velo Míras estender sobre tu cielo, Veas llegar á tu arca placentera La paloma de dichas mensagera Para anunciarte en tu hombro reclinada: «La tempestad se ya apaciguada, «La luz del sol de nuevo te ilumina «Y las flores esmaltan la colina; «Tersa se la frente de tu rio «Y no hay en él ni un áspero bajío: «Mucho vagaste niña por los mares: «Al fin reposarás entre tus lares, «En la ribera nítida y risueña «Que allá en el horizonte se diseña, «Do encallará tu barca suavemente «Como del manso arroyo la corrienteOra, hija mia, lejos de huracanes Duerme agena de míseros afanes Mientras tu madre tu cabeza pura Bautiza con sus gotas de ternura, Las que tu padre enjuga blandamente Al deponer un ósculo en tu frente, Dejando en esas lágrimas escrita Una dulce palabra: «¡Eres bendita

Las carcajadas atronaban el café, y Rubín se acercó al grupo principal, diciendo con la mayor serenidad del mundo y en tono de benevolencia y compasión: «Señores, no burlarse de este pobre señor que no tiene la cabeza buena. Un trastorno mental es el mayor de los males, y no es cristiano tomar estas cosas a broma. Denle un poco de agua con aguardiente».

A cada paso se le confundía más en la cabeza toda aquella papelería trasconejada; si las obras de reparación, como poner carpetas de papel fuerte y blanco a las escrituras que se deshacían de puro viejas le eran ya fáciles, no así el conocimiento científico de los malditos papelotes, indescifrables para quien no tuviese lecciones y práctica. Ya desalentado se lo confesó al marqués.