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La de Aimont protesta... «¡Qué exigencia! murmura; es draconiano...» Y ella, ¿no se encuentra exigente? Nada de eso respondió Francisca con una burlona carcajada. Ella es natural que tenga las pretensiones que quiera, eso es permitido... Lo que no lo es, es que el caballero haga lo mismo. ¡Ah! respondí pensando en otra cosa.

Una carcajada sonora animó con sus interminables ondas la tétrica obscuridad. ¡Si es Cupido! ¡el amigo Cupido!...le conozco en la voz. Tía, tía; no llores más, ni te asustes ni reces; aquí viene el dios del Amor en una barquilla de nácar a prestarnos auxilio. Rafael se sentía intimidado por aquella voz ligeramente burlona que parecía poblar la obscuridad de mariposas de brillantes colores.

El cabecilla de don Carlos le miró con una especie de curiosidad burlona, con la compasión desdeñosa con que los viejos miran casi siempre las ilusiones y los arrebatos de la juventud. Durante algún tiempo le dejó trabajar libremente en la viña del Señor; la inocencia y la bondad de Gil apagaban sus instintos malignos.

Una noche, en que creí encontrarles a ambos la hallé sola: hasta después de estar sentado en su gabinete no me dijo que Perico había salido, y cuando quise marcharme añadió entre seria y burlona: ¡Quiá, amiguito! tenemos que hablar.

Su andar es garboso, su mirada provocadora y algo burlona; se perece por los bellos adornos y las telas de colores vivos; gústale mucho pavonearse de bracero con un buen mozo, y cuida su peinado y su aderezo con pasion. Al andar tiene cuidado en mostrar el enano pié calzado con una elegante babucha, y descubrir algo la rica pantorrilla, capaz de hacerle perder su gravedad á un inglés.

Ni la carcajada de Lola, ni la sonrisa burlona de las otras damas consiguieron extinguir la emoción gratísima que el vivo interés de su amada le hizo experimentar. Ramoncito Maldonado se hallaba en el otro coche acompañando a Esperancita, a su madre y a otras damas y damiselas a quienes tenía el decidido propósito de encantar con su plática.

Usted quieto en la torre. Estos consejos eran para la noche. De día, el señor podía salir sin miedo. Allí estaba él para acompañarlo a todas partes. Se erguía con bélica vanidad, llevándose una mano a la faja para cerciorarse de que el cuchillo no había desaparecido, pero su decepción era inmediata al ver el gesto de burlona gratitud de Febrer.

El señor de Lerne había ido a despedirse. Aunque la separación debía ser corta, no le fue dado dejar de sentirse emocionada y sin fuerzas. Temiendo manifestar demasiado sentimiento, llevó la reserva hasta mostrarse fría. Admirado de su actitud concentrada y algo burlona, el señor de Lerne púsose también silencioso y disgustado.

Luego preguntó á Atilio: ¿Estás contento de tu vida actual?... A pesar de su tranquilidad sonriente y burlona, Castro hizo un movimiento de sorpresa, como si le escandalizase esta pregunta. Su vida era insufrible. La guerra había trastornado sus costumbres y placeres, esparciendo á todos los vientos sus amistades.

Con audacia creciente el pintor cambiaba con ella palabras y bromas no siempre respetuosas; la galanteaba y la requebraba abiertamente, aunque disfrazando su insolencia con la burlona excentricidad de que hacía gala.