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Porque el mozo que se me fué, vino a mi casa, habrá ocho meses, roto y flaco, y ahora lleva dos pares de vestidos muy buenos, y va gordo como una nutria. Porque quiero que sepáis, hijo, que en esta casa hay muchos provechos, amén de los salarios.

Entre los muchos y buenos arbitrios que propone D. Manuel Orejuela, parece al Fiscal muy oportunos y convenientes dos.

En el piso superior hay una plataforma anchísima desde la cual se domina toda la ciudad, con la vista del puerto. Hay en Lisboa tres ó cuatro buenos hoteles entre los que merece especial mencion el de Braganza. Los cafés y establecimientos públicos son regulares: los palacios de Belem y las Necesidades parecen mas bien casas particulares.

Las tres se me han casado: dos de ellas comen y están en carrera... eso es... La tercera anda algo atrasadilla de recursos, es verdad; pero ¡qué caray! es honrado y mozo su marido... por lo más obscuro amanece a lo mejor... eso es... y Dios no falta nunca a los buenos... Eso las digo yo a cada paso: vea usted; y tan contentas... eso es... y contento yo también, , señor, bastante contento; porque otra cosa no sería regular... Eso es.

¡Qué tiempos aquéllos, ¿eh, Manuela? cuando vivía el padre de éste señalando a Juan y yo era sólo primer dependiente! Entonces, aunque me esté mal el decirlo, todos los años, al hacer el inventario, quedaban dos o tres mil duritos para guardar. ¡Oh! Aunque me esté mal el decirlo... usted pilló los buenos tiempos.... ¿No es eso, Manuela? Pero Manuela se limitaba a callar y a sonreír.

El año que espiraba habia sido fecundo en buenos resultados para las armas republicanas, no solo en Venezuela sino tambien en Buenos-Aires, y por la proclamacion de independencia que hizo Chile; pero el año que daba principio habia de ser les infausto.

En los círculos sociales y políticos de sus respectivos países un poco remisos al progreso, lentos en su desarrollo, un poco estrechos en su economía, trágicos en su política, caóticos y confusos en su total existencia narrarán lo que vieron en Buenos Aires, dando a sus oyentes la sensación de haber contemplado en el Sur el foco civilizador del Continente, un foco en que, por virtud del progreso, de la cultura y de la riqueza colectiva, por la tolerante convivencia de todas las ideas, en sólida y arraigada paz, es ya su luz fija y segura, irradiando sobre todos los pueblos que moran en lamentable turbulencia entre el mar Caribe y el río de la Plata.

Lo que yo le decía al verla hecha un mar de lágrimas: «¿Por qué no me avisaste antes?». Claro, yo habría llevado uno o dos buenos médicos y quién sabe, quién sabe si le hubiéramos salvado. Jacinta callaba. El terror no la dejaba articular palabra. «¿Y no llorastefue lo primero que se le ocurrió decir. Te aseguro que pasé un rato... ¡ay qué rato! ¡Y tener que disimular en casa delante de ti!

Así que, ¡oh Sancho!, entre las tantas calumnias de buenos, bien pueden pasar las mías, como no sean más de las que has dicho. ¡Ahí está el toque, cuerpo de mi padre! -replicó Sancho. -Pues, ¿hay más? -preguntó don Quijote.

Mira, maño, que no tengo más.» Y el trato quedó cerrado en un duro, un «napoleón», como se decía entonces, el único dinero con que llegué a Buenos Aires. ¡Y gracias que hubiese entrado con él!... Ustedes se acuerdan de cómo se desembarcaba en aquellos tiempos.