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Pues bien, esta última noche, he pensado tanto en todo esto que he acabado por leer muy claramente en el fondo de su corazón. ¡Vaya!... murmuró la dama afectando tomarlo a broma. En ese caso, sería usted mucho más hábil que yo misma... ¿Y qué es lo que ha leído usted en mi corazón?

Sin embargo, alguna vez, en son de broma, había tratado de sacarle del cuerpo sus secretillos. Sabía que tres o cuatro mancebos de la población aspiraban a su mano. A alguno de ellos le había sorprendido más de una vez paseando la calle. En el teatro la flechaban con los gemelos.

Por consiguiente no era dado a tomar en broma familiar las cosas que a veces, a los demás, a los que vivimos reducidos a un nivel normal humano, nos proporcionan esa frívola, pero grata impresión que hace reír.

Esa mañana, algunos de sus vecinos le habían dicho que era la víspera del Año Nuevo y que era preciso que esa noche velara para oír tocar la partida del año viejo y la llegada del nuevo, porque eso daba suerte y podría hacer volver su dinero. Aquélla no era más que una broma amistosa de los vecinos de Raveloe, para divertirse un poco de las singularidades medio insensatas de un avaro.

Y, en efecto, la bella fruncía su divino entrecejo por la broma más inocente; iba adquiriendo una susceptibilidad tan delicada que casi se la hería con la vista. Sin embargo, hasta entonces se habían guardado las apariencias, aunque con trabajo. Velázquez seguía siendo la autoridad infalible é indiscutible de la casa; ella la mujer fiel y sometida que le servía.

No se puede negar que la Pepita Jiménez es discreta: ninguna broma tonta, ninguna pregunta impertinente sobre mi vocación y sobre las órdenes que voy a recibir dentro de poco, han salido de sus labios.

Al principio eso fue motivo de broma en la casa y más cuando ella rompió sus muñecas para demostrar despego por los afectos del mundo. Tuvo luego, ya desde los catorce años, festejantes que la adoraron; a todos les rechazó.

Ya conoces mi genio y sabes que no puedo menos de hablar en broma. En fin, tiempo te queda para sermonearme a tu gusto, ¿verdad? No sólo tiempo sino espacio también.

Entonces D. Facundo, viéndole sonreír, cayó en la broma y comenzó a dirigirle miradas iracundas; y hasta se acercó a él disimuladamente para decirle por lo bajo con voz irritada: ¡Parece mentira que un joven bien educado traiga aquí esas porquerías! ¿Qué tiene V., D. Facundo? preguntó Juanito en voz alta.

Si quiere usted, traeré... No tengo en casa; pero bajaré a la tienda... Quite usted allá... no me lo diga ni en broma... Vaya, abur, abur... Y cuidarse, cuidarse mucho, ¿eh?, que andan pulmonías. El clérigo salió y fue a casa de un amigo donde le solían dar, en aquella crítica hora, el remedio de su debilidad de estómago. vi