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Y comenzó el balandro a navegar, ciñendo y escorando; pero no como en la bahía, en plano perfectamente horizontal, sino entre balances y cabezadas, que iban acentuándose a medida que refrescaba la brisa y la mar se rizaba, cubriéndose de carneros y garranchos.

Y no transcurridos muchos días, dijo Miranda al presunto suegro, en tono satisfecho y confidencial: Nuestro amigo Colmenar apadrina; delega en usted y envía esto para la novia. Y sacó de su estuche de raso un abanico de nácar, cuyo delicado país de encaje de Bruselas temblaba al aliento como la espuma del mar al soplo de la brisa.

De allí voló de Mayo la simiente, De allí de Libertad el soplo ardiente Que la mente del pueblo calentó; Como se esparcen jugos y colores En el fecundo polen de las flores, Que la brisa en sus alas derramó.

La brisa del mar le refrescó un poco. Se sintió, no obstante, tan agitada que no quiso volver a casa: necesitaba charlar, distraerse. Iría a casa de D.ª Eloisa y cenaría allí como otras veces. Justamente iban a ponerse a la mesa los esposos cuando llegó ella. Les acompañaba el P. Norberto, lo cual significaba que había callos. ¡Qué sofocada vienes, hija! exclamó doña Eloisa.

La brisa columpiaba las flores, leda y gentil, muy acariciadora, y el caballo andaluz, fino y esbelto, bebía brisa y aromas, dejándoles al pasar la espuma blanca de su aliento.

Las calles todas son de una arena finísima y espesa, que levanta en torbellinos lo que allí llaman la brisa del mar y que frecuentemente toma las proporciones de un verdadero vendaval. En cuanto a la temperatura, es insoportable.

El humo se esparcía delante del paisaje ocultándolo por momentos. El sol moría a lo lejos entre resplandores carmesíes. Una dulce serenidad se desprendía del cielo pálido. Reynoso dejó el rincón y puso su rostro enardecido al golpe violento de la brisa que se iba haciendo más fresca según se aproximaban a la sierra.

En poco tiempo, todo terminó por la parte de tierra; cesó la brisa, disolviéndose en tintas grises, reinando sin obstáculo desde aquel momento los vientos superiores. Al llegar yo á los viñedos de Vallière, cerca de Saint-Georges, gran número de personas estaban en los campos, terminando á toda prisa sus faenas, pues creían no poder trabajar en muchos días.

Ninguno de ellos se quejaba, y hasta Hans, que era el más joven de todos, había resistido heroicamente, aunque tenía ya la garganta seca y la lengua hinchada. La brisa de la noche tonificó algo a los sitiados; pero tal consuelo era bien escaso; y si el asedio seguía, no podrían resistir otras veinticuatro horas de ayuno.

Este es el ruego digno de un pueblo generoso, El único que al sólio del Todo-Poderoso En alas de los ángeles la brisa llevará; Roguemos, que templados por el sublime ruego, El alma encandecida del entusiasmo al fuego A otras generaciones su ardor trasmitirán.