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Bou no quería galas, ni lujo, ni vicios caros, ni palacios; lo que quería era que todos fuésemos pueblo; que todo el que tuviera boca tuviera una herramienta en la mano; que no hubiera más que talleres y se cerraran los lugares de holganza; que se suprimieran las rentas y no hubiera más que jornales; que cada cual no fuera propietario nada más que de la cuchara con que había de comer la sopa nacional.

Se sabe, , que entre el oído, el cerebro y los labios de Juan Bou, andaba vagamente un sonsonete que decía: Los curas van alumbrando el Miserere rezando. Isidora había secado sus lágrimas. Para poner fin a tan fastidiosa escena, lo mejor era marcharse. «Yo no puedo detenerme más» dijo andando lentamente hacia la puerta. Bou no contestó nada, ni hizo movimiento alguno. «¿Viene usted?».

Primero le había puesto Juan Bou a copiar dibujos fáciles con tinta autógrafa; pero mostró tan escasa disposición para esto, que le confirmó a la imprenta, mandándole adiestrarse en la caja.

Rompió toda clase de relaciones, dejó de ver a su hermana, a su tía, a Bou, a Gaitica, y con quien únicamente cambiaba alguna palabra era con Modesto Rico, que vivía con él y estaba casi siempre embriagado. Las noches siguientes las pasó también sin dormir.

Pero sus economías y el establecimiento mismo naufragaron por las liviandades de una mujer con quien, por obra del demonio sin duda, se había casado. Su señora tampoco era pueblo; era una sanguijuela del país, como vosotros los que esto leéis. ¡Quién le metería en la cabeza a Juan Bou casarse con la hija de un recaudador de contribuciones!

Casarme con cualquier hombre honrado... Juan Bou me ofreció su mano, y aunque me gusta poco, es un hombre de mérito... ¿Casarte...? con el monstruo, con el dragón...».

«Voy al palacio de Aransis a ver a mi hermana le dijo . Está peor, y anoche le han dado los Sacramentos. ¿Quiere usted venir?». El primer impulso de ella fue rechazar la compañía de Bou; pero con tal empeño redobló este sus instancias y ruegos, que, por fin Isidora no quiso ser esquiva con él en tanto grado, y se fueron juntos.

Era tan flojo de cerebro, que en cuanto bebía dos copas se ponía perdido, y he aquí que al probar el Champagne, el buen tenedor de libros, después de haber dado varias pruebas de no ser dueño de sus ideas, se dirigió a Juan Bou y con lengua solemne aunque torpe, le dijo: «¡Caballero, usted me dará una satisfacción, o me veré obligado a llevar la cuestión a un terreno...!».

Bou, también algo turbado, pidió perdón a Miquis y se fue con Relimpio a un despachito cercano, donde Augusto les oyó secretearse. «Le ha traído una carta o recadillo pensó el doctor, proponiéndose no darse por entendido . Ya, ya...».

El dinero es una fórmula, un medio de cambio declaró con olímpica suficiencia Juan Bou . ¿Y si llega un día en que no haya dinero, en que no represente nada el dinero, porque las cosas, o mejor dicho, el servicio A y el servicio B se cambien directamente sin necesidad de ese intermediario? Chúpate esa dijo por lo bajo el estampador a compañero.