United States or South Sudan ? Vote for the TOP Country of the Week !


De un lado las niñas, cubiertas con velos vaporosos, ceñida la sién de rosas blancas; del opuesto nosotros, los varoncitos, de gala, ornado el brazo con un moño de moaré flecado de oro. Y luego, la salida del Templo, después de dar gracias. ¡Ah! ¡Qué alegremente que repicaban las campanas! ¡Cómo olían los aires a primavera!

En el fiero ademan, en los lozanos Marciales aderezos y vistosos Bien os conozco, amigos, por Romanos; Romanos digo, fuertes y animosos; Mas en las blancas delicadas manos Y en las teces de rostros tan lustrosos Allá en Bretaña pareceis criados, Y de padres Flamencos engendrados.

La plaza estaba llena; las calles adyacentes seguían vomitando nuevas muchedumbres, y iodos cabían a fuerza de codazos y empujones, como si fuesen elásticas las paredes de las casas. En torno de la falla agitábase un oleaje de relamidos peinados, de gorras con visera amarilla y de blusas blancas.

Y lo enrolló tanto y tanto, y lo desenrollaba con tal violencia, que yendo rápidamente de una mano a la otra, el lindo pañuelo parecía una víbora, una de esas víboras blancas que se ven en la costa yucateca.

Consta de una doble empalizada que cierra un extenso recinto, donde se encuentran todas las dependencias de la guarnición, construídas de tabla y techo de zinc. Las rancherías inmediatas son numerosas y tienen más de 3.500 hombres de armas, un cañón, 342 lantacas, 265 fusiles é infinidad de armas blancas.

Los oficiales se miraron entre con expresión entre asombrada é incrédula; el capitán, sin atender al efecto que su narración producía, continuó de este modo: No podéis figuraros nada semejante á aquella nocturna y fantástica visión que se dibujaba confusamente en la penumbra de la capilla como esas vírgenes pintadas en los vidrios de colores que habréis visto alguna vez destacarse á lo lejos, blancas y luminosas, sobre el obscuro fondo de las catedrales.

Lo que Yégof decía nosotros lo veíamos, Juan Claudio... El loco parecía no fijarse en nosotros y miraba las figuras de la chimenea con la boca abierta; pero, después de un momento, al bajar la cabeza y vernos a todos atentos, comenzó a reír, con risa de loco, gritando: «Y en ese tiempo, vosotros creíais ser los señores del país, ¡oh hombres rubios, de ojos azules y blancas carnes, alimentados de leche y de queso, que no bebíais sangre mas que en otoño, en la época de la caza mayor!; os creíais los dueños del llano y de la montaña, cuando nosotros, los hombres rojos de ojos verdes, que venían del mar...; nosotros, que bebíamos siempre sangre y que sólo amábamos la guerra, llegamos una buena mañana, con nuestras hachas y venablos, remontando la cuenca del Sarre a la sombra de los viejos robles... ¡Ah!

Se le vió en todas partes: en la estación del ferrocarril despidiendo á los hombres que iban á incorporarse á sus regimientos; en el paseo principal, donde, al caer la tarde, entonaban las músicas himnos patrióticos coreados por la muchedumbre. La gente interrumpía sus cantos al ver las blancas melenas del poeta. «¡Que hable el señor Simoulin!», gritaban mil voces.

Un arroyuelo cristalino corría cerca murmurando. Crecían en su margen blancas y moradas violetas, y otras no cultivadas florecillas, que embalsamaban el aire con suave y grata fragancia. Floridos rosales de enredadera y otras plantas, que se ceñían a los troncos, y pasaban de un árbol a otro, como festones y guirnaldas, formaban allí misteriosa espesura y apartado recinto.

En aquel singular regalo a Lucía, gastó Juan sus ganancias de un año. Por los bajos de la pared, y a manera de sillas, había, en trípodes de ébano, pequeños vasos chinos, de colores suaves, con mucho amarillo y escaso rojo. Las paredes, pintadas al óleo, con guirnaldas de flores, eran blancas. Causaba aquella antesala, en cuyo arreglo influyó Juan, una impresión de fe y de luz.