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Al lado de las casacas blancas con solapa negra, carmesí o azul, que vestían la mayor parte de los regimientos de línea; al lado de las levitas azules con bandolera que vestían valones y suizos, veíamos los chaquetones de paño pardo con que se cubría la gente colecticia.

Su comercio consiste en arroz, café, balate, cera, biao, almáciga, carey, concha, nacar y petates. Su industria se reduce á los tejidos de algodón y abacá, que coloran con el jugo de algunas plantas, á la fabricación de armas blancas y á la explotación de minas de plata y otros metales que se encuentran en sus dominios.

Nuestra moral tiene callos en las manos. No son, como las de la monja, blancas, suaves, con palidez de nácar, cruzadas sobre el pecho, mientras, los ojos en alto buscan á Dios.

Entre los pliegues de un vastísimo pañuelo del mismo color, se destacaban dos manos blancas, finísimas, de un contorno y suavidad admirables.

El verde de los pinares y de los laureles y de algunos naranjos de las huertas, sobre el verde más claro de las praderas en declive, limpias y como recortadas con tijeras, alegraba la cumbre resaltando bajo el cielo lechoso y entre las paredes blancas, que se comían toda la luz del día, difusa y como cernida a través de las nubes delgadas.

Sus aras, pues solia en cada una haber varios altares desde que se introdujo la costumbre de abrir nuevos ábsides en el muro de levante del crucero, eran de piedra, y estaban cubiertas con telas blancas de lienzo, y por delante con frontales de variedad de colores y tejidos. Ardía en ellas la cera no solo durante los divinos oficios, sino tambien de noche y á puertas cerradas.

Los bordados, las cestas de costura, rellenas de fastidiosas telas blancas de indiana y cotonía, pertenecían a Presentación; los libros, el altar con todo lo que en él había de místico e infantil, eran de Asunción; y los lujosos trajes y adornos eran de Inés, que los había bajado para que los viesen sus primas.

Plantáronse rosales blancos alrededor de la tumba porque Magdalena había tenido siempre gran afición a las rosas blancas y el doctor daba a su hija esas flores a fin de que en vida y muerte su cuerpo siempre fuese todo rosas. Cuando todo acabó, el doctor se despidió de su hija enviándole un beso y diciendo a media voz: Hasta mañana, hija mía... Hasta mañana... y para no separarme ya de ti.

Los dignatarios, resplandecientes de joyas y de veneras, ocupaban los escaños del centro. El canto de las letanías seguía resonando bajo las bóvedas, potente, monótono, sublime. Por fin los diáconos aparecen recubiertos de blancas vestiduras.

Ya cercano el día, iban los alborotadores camino del cielo, más contentos que unas Pascuas, dando brincos por esas nubes, y eran millones de millones, todos preciosos, puros, divinos, con alas blancas y cortas que batían más rápidamente que los más veloces pájaros de la tierra.