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Tuvo el bachiller el envite: quedóse, añadióse al ordinaro un par de pichones, tratóse en la mesa de caballerías, siguióle el humor Carrasco, acabóse el banquete, durmieron la siesta, volvió Sancho y renovóse la plática pasada. Capítulo IV. Donde Sancho Panza satisface al bachiller Sansón Carrasco de sus dudas y preguntas, con otros sucesos dignos de saberse y de contarse

En todo esto, no daba muestras de estar vivo el derribado caballero, y Sancho dijo a don Quijote: -Soy de parecer, señor mío, que, por o por no, vuesa merced hinque y meta la espada por la boca a este que parece el bachiller Sansón Carrasco; quizá matará en él a alguno de sus enemigos los encantadores. -No dices mal -dijo don Quijote-, porque de los enemigos, los menos.

Acerca del carácter y costumbres de cada uno de ellos se extendió considerablemente; la hermanita era muy buena niña, amable y obediente; pero los chicos insufribles; todo el día gritando, ensuciando la casa y peleándose. Tenían, además, un hermano, que era el primo que había sido su novio; éste ya era bachiller y se estaba preparando para entrar en el colegio de Artillería.

Tomé Cecial, que vio cuán mal había logrado sus deseos y el mal paradero que había tenido su camino, dijo al bachiller: -Por cierto, señor Sansón Carrasco, que tenemos nuestro merecido: con facilidad se piensa y se acomete una empresa, pero con dificultad las más veces se sale della. Don Quijote loco, nosotros cuerdos: él se va sano y riendo, vuesa merced queda molido y triste.

-Y ¿por dónde se sale, señora? -preguntó Sansón-. ¿Hásele roto alguna parte de su cuerpo? -No se sale -respondió ella-, sino por la puerta de su locura. Quiero decir, señor bachiller de mi ánima, que quiere salir otra vez, que con ésta será la tercera, a buscar por ese mundo lo que él llama venturas, que yo no puedo entender cómo les da este nombre.

Cierto; no me entiende usted; es mal enemigo, y no me atrevo a insertarlo. ¡Oh inagotable capítulo de las consideraciones! Por todos lados adonde nos volvamos para marchar, encontramos con la pared. ¿Qué de elogios no merece esta noble moderación, este respeto a las personas que pueden, entre los batuecos? Encuéntrome con un escritor público. Señor bachiller, ¿qué le parece a usted mis escritos?

Habló después de las primas de la calle de Fuencarral; una era muy bonita, la otra graciosa solamente: las dos tenían novio, pero no valían cuatro cuartos: chiquillos que todavía estudiaban en el Instituto. Tenían, además, un hermano, que era el primo que había sido su novio; éste ya era bachiller y se estaba preparando para entrar en el colegio de Artillería.

Pesándome de que me llamen todos los días, desde el año 9 en que nací, por el mismo apellido, cien veces dejé aquél con que vine al mundo, y ora fui el Duende satírico, ora el Pobrecito hablador, ora el Bachiller Munguía, ora Andrés Nipresas, ora Fígaro, ora... y qué yo los muchos nombres que me quedarán aún que tomar en los muchos años que, Dios mediante, tengo hecho propósito de vivir en este bajo suelo; porque si alguna cosa hay que no me canse es el vivir; y si he de decir la verdad, consiste esto en que a fuerza de meditar he venido a conocer que sólo viviendo podré seguir variando.

Hacía una semana apenas que había llegado de su pueblo y ya había escrito dos veces á su madre reiterando sus deseos de dejar los estudios para retirarse y trabajar. Su madre le había contestado que tuviese paciencia, que cuando menos debía graduarse de bachiller en artes, pues era triste abandonar los libros despues de cuatro años de gastos y sacrificios por parte de uno y otro.

Era el bachiller, aunque se llamaba Sansón, no muy grande de cuerpo, aunque muy gran socarrón, de color macilenta, pero de muy buen entendimiento; tendría hasta veinte y cuatro años, carirredondo, de nariz chata y de boca grande, señales todas de ser de condición maliciosa y amigo de donaires y de burlas, como lo mostró en viendo a don Quijote, poniéndose delante dél de rodillas, diciéndole: -Déme vuestra grandeza las manos, señor don Quijote de la Mancha; que, por el hábito de San Pedro que visto, aunque no tengo otras órdenes que las cuatro primeras, que es vuestra merced uno de los más famosos caballeros andantes que ha habido, ni aun habrá, en toda la redondez de la tierra.