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5 Y les dijo: Veo que el rostro de vuestro padre no es para conmigo como ayer y antes de ayer; mas el Dios de mi padre ha sido conmigo. 6 Y vosotras sabéis que con todas mis fuerzas he servido a vuestro padre; 7 y vuestro padre me ha mentido, que me ha mudado el salario diez veces; pero Dios no le ha permitido que me hiciese mal.

De lo que me dio a entender mi hija el viernes; de lo que ayer sábado me declaró sin ambages, y de lo que hoy ha dejado traslucir en su relato, se deduce que su enfermedad, como le he dicho a usted antes, no tiene más que un remedio; y ese remedio es incompatible con los planes que yo tenía.

Que la respiracion de los absentes es la memoria de los q. aman. A 16 de Ag.^o Sieruo de V. Ex.^a muy humilde. Ant. Perez. Publicada en la Colec. Ochoa, pág. 495, con variantes y fecha 10 de noviembre de 1601. La original, Bibl. Nac. de París, Fr., 3.652, folio 151. Colec. Morel Fatio, núm. Ill.^e S.^r No se me canse V. m. con mis importunidades. Fuy ayer a ver la presencia del Sr.

Era el martes de carnaval. Nébel acababa de entrar en el corso, ya al oscurecer, y mientras deshacía un paquete de serpentinas, miró al carruaje de delante. Extrañado de una cara que no había visto la tarde anterior, preguntó a sus compañeros: ¿Quién es? No parece fea. ¡Un demonio! Es lindísima. Creo que sobrina, o cosa así, del doctor Arrizabalaga. Llegó ayer, me parece...

Ahora bien, señoras mías; ya tienen Vds. lo que les prometí; ya todas se han remozado. Vd. tenía ayer noventa años, ahora tiene cincuenta; Vd. ayer cincuenta, hoy treinta y cinco. Hablando así las despachó a todas tan corridas como puede 30 suponerse.

Pero este nuevo insulto colmó la medida del sufrimiento de don Silvestre. «¡Canario! exclamó al hallarse en medio de un grupo de calaveras; conque ayer, porque iba al uso de mi tierra, os reíais de ; y hoy que, por complaceros, me visto como vosotros, me toreáis también, sin duda porque no llevar esta librea. Pues tanto, tanto, no lo sufrió jamás un Seturas

Así que Dolly se sentó, quitó la servilleta que cubría los bizcochos y dijo con la mayor gravedad: Maese Marner, ayer hice cocer en el horno estos bizcochos, y están mejores que de costumbre. Venía a pediros que aceptéis algunos si lo tenéis a bien.

Ya sabes que te paso todas tus locuras; te permito quedarte en El Águila Negra todo el tiempo que quieres; te dejo beber de ese mal vino tinto que cuesta tan caro, todo lo que puedes soportar; te preparo la cena cuando vuelves tarde a casa; y, a propósito, bien podrías evitar el volcar tres sillas como lo hiciste ayer.

Pues, ¿vaya que no sabe V. otra cosa? ¿Qué? Que Clara me ha contestado. La contestación vino ayer por el aire, como la carta primera que juntos leímos. ¿Tienes ahí la nueva carta? , tío. ¿Quieres leerla? No lo merece V.; pero yo soy tan buena, que la leeré. Lucía sacó un papel de su seno. Antes de leer, dijo: En verdad, tío, esto me pone muy cuidadosa y sobresaltada.

Desde ayer me devano los sesos tratando de averiguarlo; no es Doña Constanza doncella que oculte sus amores, si los tiene, y por consiguiente el galán debe sernos conocido. Pero ¿á quién ve y habla ella, además de sus padres, sus dos amigas y la servidumbre del castillo?