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Este pensamiento hizo flaquear mi valor: me aterraba infinitamente más que la perspectiva del cadalso. Sentía dentro de fuerzas bastantes para mirar a la muerte cara a cara, y al mismo tiempo me contemplaba incapaz por entero de soportar la vista de un público curioso y hostil. Congojado y muerto de vergüenza salí por la puerta de la cárcel entre un grupo de curas, soldados y carceleros.

Era aquel zapatero convertido, que traía a la nueva fe todas las violencias de su antigua fama de devorasantos. Hablando a su protector le aterraba con los aspectos sanguinarios de su devota vehemencia. No había más verdad que la religiosa, y al que no la aceptase, ¡leña! Un poquito de Inquisición no estaba de más en estos tiempos de herejía y desprecio a Dios.

Al llegar y reconocer el número de la casa, entrole tal espanto, que se retiró, huyendo de la calle y del barrio... Al día siguiente hizo un segundo esfuerzo y pudo entrar en el portal; pero ante la vidriera que daba paso a la escalera, se detuvo. Le aterraba la idea de subir, y de su mente se había borrado todo lo que pensaba decirle.

Y cuando estaba solo, numerosas visitas, todas de mujeres, unas preguntonas y agresivas, otras melancólicas, con aire de abandono, venían á interrumpirle en su reflexivo entretenimiento. Una de éstas aterraba con su insistencia á los habitantes del estudio.

Al quedar solo había reflexionado sobre los peligros a que se exponía emitiendo sus ideas con tanta libertad. Le aterraba el ser expulsado de la catedral, corriendo de nuevo el mundo, a la ventura.

Porque ya no les tenían miedo.... ¿Y por qué no les tenían miedo? ¡Cristo! Porque ya no estaban abandonadas é incultas las tierras de Barret, aquel espantajo de desolación, que aterraba á los amos y les hacía ser dulces y transigentes. Se había roto el encanto.

Le lloró por muerto con verdadera efusión de hija desconsolada, y se aterraba de la orfandad en que iba a quedar cuando más necesitaba de una persona sesuda y discreta que la dirigiera. La impresión de vacío y soledad que sacó de la casa, poníala en grandísima tristeza. En la Cava Baja pasó por junto a un pianito que tocaba aires de ópera con ritmo picante y amoroso.

La clase monástica, pues, pesaba en la balanza de los negocios públicos de una manera incontrastable. Tenía también una espada, una terrible espada cuyo poder aterraba. Esta espada era el Santo Oficio de la general Inquisición. El Santo Oficio tuvo poder bastante para traer á España los vergonzosos tiempos de Carlos II.

La diferencia de origen, se acentuaba entre él y su nueva familia. Era en su casa como los esclavos de Roma, famosos y apreciados por su habilidad en las ciencias ó las artes, pero que en presencia de los señores recobraban su humilde condición, y seguían siendo esclavos. Al intentar una débil protesta, se aterraba apreciando la separación moral que existía entre él y su mujer.

Ignorábalo el duque, y esta ignorancia le aterraba. Además dijo el rey , orden de prisión contra don Francisco de Quevedo y don Juan Téllez Girón. Los enviaréis á Segovia. Lerma no se atrevió á replicar. Id, id; extended todas esas órdenes y traérmelas al momento para que las firme. Y el rey se levantó y escapó por una puerta de servicio. El duque quedó aterrado en medio de la cámara.