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Dijo esto con tal sentimiento, y de modo tan lúgubre, que los reproches expiraron en los labios de la tía, y se abalanzó a él, como loca, estrechándole en sus brazos, suplicándole que no volviera a proferir la terrible amenaza, si no quería verla caer muerta a sus pies. ¡Qué muchachos estos! hacen una barrabasada, y no se les ocurre mejor medio de remediarla que el suicidio; ¡bonita manera de arreglar las cosas! la suerte que son pura boca, y que del dicho al hecho... ¡Vamos! reflexionar un poquito y estudiar el medio más decoroso y fácil de salir del atolladero: treinta mil nacionales no se encuentran así como así, bajo el primer adoquín de la calle... ¡Oh, la inexperiencia y la ambición son dos caballos desbocados que llevan al precipicio a cualquiera!

Ibamos cruzando el Pacífico, cuando se nos sublevaron los chinos, y no si ellos o alguno de la tripulación mataron a Zaldumbide y al médico holandés. Hubo luego una serie de luchas y de reyertas entre parte de la tripulación, que era enemiga de la otra; pero, al fin, se pudieron arreglar estas diferencias y yo me encargué del mando de El Dragón.

Vamos, al parecer, trae usted asuntos pendientes con don Oscar. ¡Cuánto me alegro! No le pesará a usted nada de ello, porque este bendito señor se pinta para arreglar cualquier negocio, por intrincado que sea. ¿De dónde viene usted ahora, de Navarra? No, señora; de Galicia, donde he nacido. ¡Ah, de Galicia! Entonces, no me asombra que esté usted encantado con este país. ¡Qué diferencia! ¿eh?

Desgraciadamente para tu padre, falleció al año de estar unidos, cuando el tapicero no había terminado aún de arreglar los dos salones que habían destinado para recibir, cuando aún no se habían repartido todas las papeletas de enlace.

El tío Manolillo cantaba entretanto entre dientes, y mientras acababa de arreglar la vajilla, una canción picaresca. Pero había algo de horrible en el acento y en el canto del bufón. ¿Dónde están mi capa, mi sombrero, mi espada y mi daga? dijo Montiño, que buscaba por todos los rincones. ¿Cómo, os empeñáis en iros? Os juro que no me quedo aquí si no me matáis.

No es usted, D. Pedro dijo con incredulidad la de Leiva quien ha de arreglar esto. Señora doña María repitió el estafermo sublimado por una alta idea de su propio papel, por la idea de la hidalguía, del honor, de la justicia ¡esta noche!... ¡a las once!... ¡en la Caleta! Todo está dispuesto. ¡Oh! Bendita sea mil veces la única voz que ha sonado en mi defensa en esta sociedad indiferente.

Aquí se encerró o se sepultó el ex-coronel Campo, sin que bastasen los ruegos de su esposa y de los pocos parientes que frecuentaban su trato para hacerle desistir de tal resolución. Su ociosidad fue de provecho para la casa. Hizo arreglar la huerta, puso algunos miradores en la parte trasera, amuebló varias habitaciones, enlosó el patio, etc.

¿A ver? Usted va á entrar en un momento en que Clarita esté sola. ¿Sola? Pues esos demonios, si salen alguna vez, ¿la dejarán allí? . ¿Y cuándo salen? Yo me encargo de averiguarlo y de arreglar eso. Explícate mejor. Lo primero que usted debe hacer, señor don Claudio es escribir una carta á la niña. Yo también me encargo de eso.

Era la tenacidad del avaro que desea estar en contacto á todas horas con sus propiedades, la pegajosidad del usurero que siempre tiene cuentas pendientes que arreglar.

Todo estaba aún sin arreglar, el gabinete como una leonera, la alcoba lo mismo... Cuando Refugio acabó de tomar su café y Celestina empezaba a poner algún orden en el gabinete, Rosalía, no pudiendo refrenar su impaciencia, cerró con estrepito el abanico... «Debe de ser muy tarde. Las tres menos cuarto quizás».