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El Padre de los Maestros, colocándose ante los ojos unas gafas redondas, empezó su lectura junto á una ventana. Cuando Flimnap acabó su informe sobre los trabajos para la instalación del gigante, el personaje universitario se aproximó conservando los papeles en su diestra. Algo flojitos dijo con una severidad desdeñosa . Son indiscutiblemente versos de hombre, y de hombre enorme.

La campesina, que experimentaba ante las gentes de justicia un miedo supersticioso, amenazó, sin embargo, con un pleito, aunque tuviera que vender su casucha y su campo de la montaña. Hubo que derribar todo el muro y volver á construirlo medio metro más acá. Unos sesenta mil francos perdidos; nada para Su Alteza, pero yo sospecho á veces si esto pudo acelerar su muerte.

Navegaba el buque como si avanzase entre algodones, sin un choque, sin el más leve balanceo. Su profunda quilla parecía resbalar sobre rieles invisibles. Las aguas, al partirse ante su vientre, eran sordas y no levantaban jaboneo de espumas. Los ojos, habituados al azul intenso del Océano, parpadeaban con cierta extrañeza ante la extensión amarilla, semejante por su color a una pradera seca.

Dos compañías de infantería habían entrado en la plaza á paso gimnástico, colocándose en batalla ante la iglesia. Eran los guiris, los ches, la España en armas que llegaba; la odiosa Maketania con su pantalón rojo, sostenedora de la impiedad liberal, enemiga de la resurrección de la antigua Vasconia.

No necesitas hablar de tantas cosas, ni narrarlas sucesivamente como en los cuentos para niños. Busca la sensación, ¡ante todo la sensación! Y la sensación poética es producto de musicales combinaciones de palabras y no de lógica sucesión de ideas, ¡Música, música, mucha música! Y después luz, ¡oh la luz! has de alcanzar todo eso, , llegarás.

Decíase que el duque se hallaba realmente enfermo, que sufría una parálisis progresiva. En vista de ello se determinaron, después de escuchar el parecer de algunos célebres abogados, a pedir ante los tribunales su inhabilitación o la incapacidad para administrar sus bienes.

A lo que respondió Sancho: ¡Oh princesa y señora universal del Toboso! ¿Cómo vuestro magnánimo corazón no se enternece viendo arrodillado ante vuestra sublimada presencia a la coluna y sustento de la andante caballería?

Sólo me rendía ante el piano eterno que pasaba a mi lado sobre el hombro dolorido de diez indios jadeantes. Arriba, pues.

La primera idea que le acometió después, fué ésta: «Voy ahora mismo a la redacción del Joven, y hago pedazos a cuantos encuentre dentro». Se puso el sombrero que se había quitado, y salió de la estancia. Pero al llegar a la escalera, se le ocurrió otro pensamiento; el del gran escándalo, la campanada que iba a dar en la villa. Iba a confesarse burlado ante la población entera.

Cualquiera que fuese la angustia que se había apoderado de ella, no obstante sus propósitos de muerte, ¿no le habría temblado la mano en el momento de ponerlos en ejecución? ¿No se le habría caído inerte el brazo ante la idea de dejarle un triste ejemplo, a él, que había sido reconciliado por ella con la vida? Al matarse, ¿no lo mataba a él?