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Cuando llegué a mi casa me dio un vuelco el corazón. Entré, y tía Pepilla salió a mi encuentro: ¡Rorró! ¡Rorró! Mira... y me enseñaba una carta. ¿Qué es eso? Mira... ¡una carta! ¿De Angelina? ¡De Angelina!... Vamos a ver qué te dice.... , tía; pero después de que yo la lea.... ¡Cómo quieras, Rorró! contestó sonriendo.

No digas esas cosas, Rorró, solía decirme, porque no las creo. ¡Si me pintas hermosa y gallarda como una virgen de Murillo! Dime en prosa, aquí, hablándome, que me amas mucho, mucho, y me tendrás contenta, satisfecha y feliz. Angelina no era hermosa como una virgen de Murillo, pero lo era como alguna de Rafael, como la Madona de la silla.

Por ahora ve disponiéndome el cuartito; no te metas en lavaduras de suelo, y mientras nos vemos y te doy un abrazo recibe la bendición de este pobre viejo». Cuando Angelina leyó esta carta se puso pensativa y triste. Temo separarme de , Rorró. Pero ¡qué he de hacer! No necesito que él me lo diga; comprendo muy bien que hago falta. ¿Te figuras cómo estará aquella casa?

La pobrecilla pasaba muy malas noches. Padecía insomnios, y ataques de convulsión que la obligaban a dejar el lecho por algunas horas y a pasearse por el aposento, apoyada en el brazo de Angelina. ¡Es para una hermana de la Caridad! me decía la tía Carmen. Conmigo no tiene la pobrecilla sueño tranquilo.

Lo merece, hijo, lo merece. Ya tendrá novio, ¿verdad, tía Pepa? O, por lo menos, sus amartelados.... ¿Qué? ¿qué dices? Que ya tendrá novio.... ¿Novio Angelina? ¡Por Dios, Rorró! ¡Qué otro vienes! Y en tono dulce y suplicante agregó: ¡Ay!, ¡Rorró! ¡No hagas malos juicios de las personas!... En aquellos momentos llegó la joven.

Pero ¡ay! no pude contemplarla. Seguí adelante, y seguí dulcemente impresionado. Me parecía que oía yo detrás de el ruido de la ondulante falda de muselina. No tuve valor para volver el rostro. ¿Por qué en aquel momento pensé en Matilde, la dulce niña de mi primer amor? ¡Ay! ¿por qué creí ver delante de un rostro apenado, lloroso y dolorido, el rostro de Angelina?

A me agrada eso, porque así no estoy tan sola, y si se ofrece algo hay quien vaya a la botica o a llamar al médico; pero temo que una noche, mientras él está aquí pase algo en la tienda. «Tengo la esperanza de que Angelina venga con el Padre, luego que pasen los días santos. ¡Dios lo haga

Angelina me miraba atentamente, procurando observar el efecto que sus palabras producían en . Pues Angelina: ¡diga usted a esa señorita que ese joven soy yo, y que paso muy gratas horas, oyéndola tocar! ¡No! ¡Yo no le diré nada! Pero.... ¡Con razón dicen las gentes que está usted enamorado de Gabriela! exclamó apenada, trémula el labio, húmedos los ojos.

Traía yo un tomo de versos, generalmente de Zorrilla. Angelina se encantaba con las leyendas del afamado poeta: «A buen juez, mejor testigo», «La Pasionaria», «Margarita la Tornera». Con ésta, sobre todo, que era para ella lo más hermoso de la poesía moderna. Me parece que veo a la anciana y a la joven muy diligentes y afanosas, oyendo atentamente los sonoros versos.